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Aníbal Grunn, actor: “El teatro es política, se hace para el pueblo”


Actor consagrado en alma y corazón, argentino venezolano con cédula y pasaporte, su vigencia se sustenta en que no para de crear

Por
Ernesto J. Navarro
marzo 01, 2024

 

A principios del año 2000 los venezolanos conocimos una novedosa forma delictual: la clonación de teléfonos celulares. Enloqueció a clientes y proveedores. Rápidamente comenzaron las quejas y los reclamos. La empresa Movilnet ideó entonces una manera de “vacunar” los dispositivos contra la clonación.

Diseñaron también una campaña publicitaria, destinada a generar confianza en los usuarios, mediante la creación de un personaje: El doctor Clon, que aparecía en las pantallas delante de un laboratorio donde un grupo de científicos trabajaba para evitar la clonación de los celulares. Se requirió de una figura con credibilidad para poder decirle a los clientes de la empresa, que todo estaría bajo control. Se decidieron por el más experimentado de los actores de teatro del país.

En el set de grabación había el típico corre-corre de las producciones audiovisuales: cámaras, cables, luces, maquillajes. Mientras una chica le empolvaba la frente a Aníbal, entró una asistente que debía coordinar el pago de sus honorarios. Pidió todos sus datos y cuando preguntó su número de celular, él comenzó a enumerar con toda la parsimonia del mundo: cero cuatro catorce… Hubo un segundo de silencio y de inmediato se escuchó un estruendoso “¡Queeeeee!” generalizado. La imagen de la campaña, el mismísimo Doctor Clon, tenía una línea telefónica de la competencia. Ese día, cuando salió del set tras grabar la publicidad de la campaña, Aníbal llevaba una serie de souvenirs corporativos y estrenaba un nuevo número de celular con la numeración 0416.

Historias como esas, tiene por montón. La de su llegada al país es otra de las más interesantes.

Cuando salió de Argentina, a mediados de los 70, él y sus compañeros de un grupo de teatro, buscaban huir de una violencia que apenas comenzaba el camino, que sumió a su país en la más cruenta de las dictaduras que padeció el cono sur del continente.

Huyendo aterrizaron en Bogotá y actuaron por varias ciudades de Colombia. Rápidamente pasaron a Venezuela y aquí, más específicamente en Caracas, ese grupo de teatro argentino fue acogido, como él mismo lo ha contado, “por uno de los más grandes dramaturgos venezolanos, que creyó en nosotros: César Rengifo”.

En ese momento pensó que, a pesar de estar maravillado por la libertad que respiró en Venezuela y la hermandad que le ofrecieron, solo estaría un rato por estos pagos… pero ese rato se convirtió en casi 50 años.

Aquí desarrolló todo su talento para actuar, dirigir, escribir y producir obras. Aquí creció junto al teatro que crecía. Aquí quemó sus naves y se hizo venezolano con cédula y pasaporte. Aquí, en este valle de lágrimas, dejó de ser Aníbal Enrique García Belardinelli y se convirtió en Aníbal Grunn, uno de los más importantes referentes del teatro de Venezuela.

Decir que es un actor con más de 50 años de experiencia en teatro, cine, radio y televisión; y que es dramaturgo, productor, profesor y director teatral, es la parte más fácil de contar. Digo fácil porque, haciendo una búsqueda rápida por internet, uno coloca su nombre: “Aníbal Grunn” y como una enredadera saltan a la vista: —y esto lo dice Google— “Cerca de 180.000 resultados”.  

Él, habla con la misma firmeza con la que le gusta caminar y sus pasos y palabras son llanos, francos, contundentes…

Hoy, esta charla es con Aníbal Grunn.

—¿Está bien así? —pregunto

—Creo que exageras… —responde y ambos nos reímos— ¡Usted dirá!

Viniste al país escapando de la muerte. Cuando saliste de Argentina ¿pensaste que era por un rato nada más?

—Recién comenzaba el año 1975, aún la dictadura militar no se había instalado en Argentina, pero ya había grupos de ultraderecha amenazando, matando, secuestrando. Salimos asustados, nos habían matado a una compañera. Aprovechamos la invitación a un festival en Colombia, para salir. Luego, una gira y la oportunidad de entrar a Venezuela. Siempre con la idea de regresar. Pero el destino no lo marca uno. El grupo de teatro con el que vine se regresó. Yo quise quedarme unos días más, en casa de unas amigas. Conocí personas que me invitaron a una audición para una obra de teatro. Nunca había hecho eso. Fui, quedé. Me dieron un personaje. Al terminar la temporada, quise regresar. Era tarde, el pasaje de regreso estaba vencido. Debía trabajar, juntar dinero para un nuevo pasaje. Además, me encontraba indocumentado, mi visa estaba vencida. El rato se transformó en 49 años ya.

Al principio de ese “rato”, ¿cómo te la llevaste con eso de “extrañar”, con la nostalgia?

—No soy de extrañar. No tengo nostalgias. Me adapto a todo. Me gusta el tango, pero no me atrapa el corazón. Me amarran los afectos, la gente y en Venezuela encontré mucho de eso. Nunca dejé de trabajar, de producir ¿Qué podía extrañar? Aquí empecé a descubrir nuevas formas de ser, de sentir, de amar. Eso era lo más importante… Lo que estaba por delante, no lo que dejaba detrás.

Aníbal, tú te hiciste venezolano, eso quiere decir, que amarraste tu vida a este suelo ¿Qué ha significado esa decisión en tu vida?

—Las circunstancias me fueron llevando a todo. El amor, la calidez, los afectos, las buenas amistades, el respeto por mi trabajo, fueron haciendo de mí, quien soy. Tenía solo siete años en Venezuela, cuando alguien me ofreció sus buenos oficios y me preguntó qué era lo que yo más quería en ese momento. Sin pensarlo le dije: “Quiero ser venezolano. Quiero tener los mismos deberes y derechos que todos los venezolanos”. Al mes ya tenía mi nacionalidad, mi cédula, mi pasaporte de esta tierra.

Te quedaste y nunca has hecho nada distinto de lo que te trajo acá: teatro. Por eso quiero saber… En tu opinión, ¿qué hizo del período de Rajatabla un estallido internacional del teatro de Venezuela?

—No es una sola cosa, son varias. Por supuesto que la visión, la gerencia y el talento artístico y productivo de Carlos Giménez, son esenciales. Sin él, nada hubiese sido posible. Siempre supo hacerlo, supo rodearse de gente con talento, aquí y en el mundo. Desde “Señor Presidente”, pasando por “Bolívar” y hasta “El Coronel no tiene quien le escriba”, fueron trabajos de un gran reconocimiento internacional. Sirvieron a la proyección del mejor grupo que ha tenido el teatro venezolano. A eso se suma la realización de los Festivales Internacionales de Teatro, que no solo proyectaron al grupo, sino a muchísimos creadores de diversas agrupaciones teatrales venezolanas. La Fundación Rajatabla, el Centro de Directores para el Nuevo Teatro, el Taller Nacional de Teatro, el Teatro Juvenil de Venezuela, todo fue creado para eso, para permitir que nuestro arte fuese una referencia en el mundo. Y así fue. Carlos era el cerebro y muchos, muchos los que lo acompañamos.

Rajatabla fue y será para algunos lo más grande que tuvo el teatro venezolano.

Fíjate en esto, Aníbal. Los canales de streaming han puesto mucho empeño en los reencuentros de elencos y han reimpulsado remakes de películas de más de 30 años, precuelas de series o secuelas cargadas de pasado, visto desde allí, desde la nostalgia, ¿valdría el esfuerzo volver a reeditar al grupo Rajatabla?

—¡No! Definitivamente no. No, por varias razones. La primera y principal, Carlos Giménez ya no está entre nosotros. Tampoco dejó a nadie preparado para continuar con su legado. Los que quedaron no pensaron en el teatro, pensaron en ellos mismos y en heredar el poder. Y el poder cuando se hereda no sirve. El poder se logra con trabajo, con talento, con esfuerzo. Nadie puede imitar a nadie. Eso es una farsa. Y la farsa es simplemente una mala representación de la realidad. Rajatabla fue y será para algunos lo más grande que tuvo el teatro venezolano. Para otros, los que decidieron olvidarla, olvidar a Carlos, hacerlos desaparecer: una suerte. Un aleluya, que ya no están. Y pregunto: ¿Y dónde están?, ¿Que han hecho en estos más de treinta años?

Es un vicio de periodista que me permitiré contigo. Aníbal, ¿podrías resumir tu paso por Rajatabla?

—Resumirlo es muy difícil. Fueron de los años más importantes de mi vida. Fueron tan grandes que mucha gente cree que yo soy fundador de Rajatabla. Y no, yo me incorporo a Rajatabla en 1984, con la creación del Taller Nacional de Teatro. Si bien antes venía trabajando con Carlos en otras cosas, como integrante de Rajatabla, fue en ese año cuando pasé a formar parte de su elenco, de su junta directiva. Fueron años de mucha productividad, de mucho trabajo. Se creó el Taller Nacional de Teatro (TNT), el Centro de Directores para el Nuevo Teatro, se retomó el Festival Internacional de Teatro ¡No sé, tantas cosas!

Fue un período extraordinario. Yo daba clases, dirigía el TNT, actuaba, versionaba obras para la Fundación Rajatabla. Viajábamos por el mundo mostrando nuestro trabajo. Fue una de las mejores épocas de mi vida. Conocí el mundo, crecí artísticamente, humanamente. Me hice adulto. Y todo, gracias a Carlos Giménez y a Rajatabla. No se puede tapar el sol con un dedo. Su ausencia, su muerte me marcó para toda la vida. Aún hoy, después de más de treinta años, lo extraño.

Después de lo que acabas de decir, esto pudiera parecer una obviedad, pero me gustaría oírlo de ti, no inferirlo. Así que lo pregunto: ¿Qué significa Carlos Giménez en tu desarrollo como actor, en tu vida personal?

—Yo conocí a Carlos en noviembre de 1975. De ahí en adelante, por muchas circunstancias estuvimos laboralmente unidos. Siempre me sirvió de referente, de ejemplo gerencial y artístico. El destino, diferentes circunstancias nos permitieron trabajar juntos. Fueron casi diez años. Él creía más en mí que yo mismo. Su ausencia es un vacío muy grande en mi vida. No hay un solo día que no hable con él, que no le cuente y le consulte sobre lo que hago o voy a hacer. He tenido experiencias muy grandes durante nuestra trayectoria. Imposible alejarlo de mis pensamientos, de mi vida.

Y… ¿qué queda de lo que hizo Carlos Giménez y Rajatabla?

—Dolorosamente muy poco. Solo el recuerdo en algunas personas que aún vivimos. Los jóvenes ni siquiera saben quién era Carlos, qué se hizo en Rajatabla, que pasó en todos esos años. Somos, lamentablemente, un país sin memoria. No nos gusta recordar. La soberbia y la arrogancia no nos permiten ver de dónde venimos, qué se hizo antes. Por qué estamos como estamos. Creemos que todo empieza y termina en nosotros. Nos falta humildad y nos sobra el ego. Por eso las cosas se terminan, porque todo el mundo cree que antes no hubo nada. Y si lo hubo, cuando llego al poder, acabo con el pasado, para que solo recuerden lo que yo hago. No hay continuidad en los proyectos, ni valorizamos el pasado. Al contrario, lo enterramos, lo desaparecemos, para que no haya comparaciones.

Una vez me contaste (perdón por la autocita) que la obra “A tu memoria” la presentaste frente a la familia de Carlos Giménez en Córdoba (Argentina) y que eso fue muy significativo para ti… ahora te pregunto el porqué.

—Ese es un texto que cuando lo escribí, nunca pensé en Carlos. Lo escribí para un actor, que lamentablemente falleció y nunca lo hizo. Luego, cuando cumplía cuarenta años de profesión, Carlos Arroyo me propuso dirigirlo. Conmigo, por supuesto. Acepté. Nunca me imaginé que iba a tener el éxito que tuvo y tiene. Descubrí que era una especie de homenaje a Carlos, durante el proceso de ensayos. Eso me obligó a reflexionar sobre el porqué lo había escrito. Y darme cuenta que de alguna manera era como un homenaje, una especie de catarsis.

En una gira que hicimos con la Compañía Regional de Teatro de Portuguesa, por Argentina, nos presentamos en la ciudad de Córdoba, lugar donde Carlos Giménez se hizo director, creció y residía su familia. Pues ahí, frente a más de quinientos espectadores hice dos funciones. Antes de eso, yo había tenido varias apariciones de Carlos en las funciones. A veces lo veía entre cajas, otras veces en el escenario, en fin, me seguía, me controlaba. Después de esas funciones de Córdoba, no se apareció nunca más. No sé si sería mi imaginación, mi homenaje. Pero así fue.

Perdona que cambie bruscamente el tema, pero quiero conocer su opinión sobre esto: Al igual que otras artes, el teatro se vio impactado por la explosión de las redes sociales, los canales de streaming y los stand up, ¿Cómo resiste un actor de teatro?

—El verdadero actor de teatro no cree en esas cosas. Resiste como resistió toda la vida. Nunca estuvimos mejor ni peor. Posiblemente las redes sociales, los microteatros, los stand up permitieron surgir a gente que solo tiene talento para eso. Para proyectar su ego, su “yoyo”, su frivolidad creativa, su pequeña banalidad. El verdadero artista, el profesional, no hace esas cosas. El teatro siempre ha vivido en crisis. La historia así lo demuestra.

Ya adelantaste algo, pero te lo pregunto sin anestesia. ¿Qué opinión te merecen los stand up comedy?

—No es una novedad. Siempre existieron. Siempre hubo comediantes que se paraban frente a un micrófono y contaban chistes, armaban historias y el público las aplaudía, se reía y lo pasaba muy bien. Los respeto muchísimo. Hay que tener mucho talento para eso. Y fíjate que no hay tantos, no son tantos los cómicos con talento que pueden hacerte reír contando chistes. Claro, no son actores o actrices. Un artista es un creador, inventa un personaje, le da vida, te hace creer a ti como espectador, que ese es él. Se desdobla, estudia, interpreta, siente como otro, no como él. El cómico de stand up, no crea, solo divierte contando, siempre es él, no vive otra vida y la representa para ti. No, solo cuenta chistes. Los cuenta muy bien. Te repito, no es fácil, pero no es un creador.

Aníbal, vivimos hoy en día en una sociedad hiperconectada a internet ¿Para qué puede servir el teatro a la sociedad actual?

—Para muchas cosas. Porque el teatro es vida, es verdad, no hay forma de esconderse, de ocultar las emociones. Porque todo ese modernismo de las redes, del internet, es bueno si se sabe usar, pero también es mentiroso, falso, peligroso, traidor. En el teatro eso es imposible. La verdad está ahí, frente a ti, lo quieras o no. No hay forma de esconderte, de desaparecer.

Muchos han reflexionado sobre el vacío intelectual que circula a diario por las redes, en tu opinión, ¿puede el teatro contribuir a la formación de ciudadanos críticos y reflexivos?

—Ese es y seguirá siendo su objetivo. Siempre y cuando se haga con verdad, con seriedad, con profesionalismo. Entendiendo que hacer teatro es una importante formación e información social. El teatro es política, se hace para el pueblo, por eso debe hacerse con seriedad, con verdad y con talento.

Te pregunto de actuación. Cuando vas a escena, supongamos, piensas con antelación el mensaje que quieres dejar. ¿Qué es lo más te gusta transmitir desde el escenario?

—Nunca ha sido fácil para mí hacer teatro. Si bien en cada rol de las artes escénicas: actor, director, escritor, profesor, he tenido que asumirlo con la responsabilidad y la seriedad que implica, siempre, siempre pienso en el receptor. Nunca hago las cosas para mí. Por supuesto que todo eso fue madurando, creciendo y haciéndose más fuerte a medida que yo también me hacía más serio y más responsable. Una carrera en el arte se hace poco a poco, se madura, se modifica, se fortalece con la experiencia. En este momento, aquí y ahora, te puedo asegurar, que nada de lo que hago, lo hago porque sí, por satisfacciones personales, por llenar espacios. No, todo lo que hago, lo hago pensando en ese público, ese estudiante, esos actores y actrices a los que necesito transmitirles verdades, experiencias.

Vuelvo a tu comentario sobre la creación del personaje, sobre desdoblarse. Voy con esta. Aníbal Enrique García Belardinelli, tú has vivido con “Aníbal Grunn” a cuestas, ¿es solo un personaje o se apoderó de tu vida?

—Es una pregunta muy divertida. Nunca me la habían hecho. Tengo casi cincuenta años como Aníbal Grunn, más de la mitad de mi vida. García solo existe en los documentos. Grunn es el auténtico, el que yo hice, el que yo inventé. Es mucho más real que García.

La improvisación puede ser un recurso que aporta mucho a los procesos creativos ¿Te gusta improvisar en tu trabajo teatral, improvisas en tu vida?

—La improvisación sirve como herramienta de trabajo, como ejercicio, no como una salida. Soy muy metódico en mi trabajo. Estudio mucho, cada minuto de la vida del personaje. Cada escena de la obra que dirijo. No dejo nada al azar. Todo está pensado, probado y ajustado cuando al fin lo hago.

¿Cómo consigues reinventarte y seguir en las tablas?

—Porque estoy vivo. Porque trabajo. Porque creo en lo que hago. Porque amo mi profesión. Porque no podría hacerlo de otra forma. Porque es lo que me gusta. Por lo mismo que te dije en la pregunta anterior, porque soy muy metódico. Porque pienso, analizo y sobre todo porque aunque soy muy pasional, primero soy cerebral. La pasión es una consecuencia del razonamiento. La pasión no me maneja a mí. Yo trabajo con pasión, pero primero con la razón, el entendimiento. Somos humanos con cerebro y corazón. El cerebro piensa y debe controlar al corazón.

“El teatro nunca aporta soluciones, el teatro es conflicto, es reflexión, es dudas”.

Actúas, escribes y diriges teatro, Aníbal. ¿Cuáles son las cosas que buscas en una historia para poder llevarla a escena?

—Como actor, como director, como escritor, siempre tengo en mente decir cosas que el receptor necesite oír. El teatro nunca aporta soluciones, el teatro es conflicto, es reflexión, es dudas. Si no hago eso, siento que no estoy haciendo nada. Si lo que yo haga no te modifica o por lo menos no te hace pensar, no sirve. Todo lo que hago, es para que el público piense, entienda qué pasa y busque su propia solución. No la mía, eso no sirve, cada quién debe resolver su propio conflicto. Oyendo, pensando, reflexionando, pero desde su perspectiva.

Este jueves 22 estrenasteAmarillo: inestable”, ¿por qué Griffiero?…

—Tengo muchos años, desde 1982, queriendo hacer este texto. Leí mucho a Eugenio Griffiero, creo que es un autor latinoamericano de riesgo, lleno de poesía y que habla, en casi todos sus textos de algo que a mí me parece que los seres humanos hemos perdido: “amarnos y reconocernos”. “Amarillo: inestable” es una versión teatral de una recopilación de frases transformadas en diálogo, de un hecho que todos y cada uno de nosotros ha vivido, de alguna manera. Todos, sin importar el sexo, la raza, la condición social, nos hemos enamorados cuando éramos muy jóvenes y nos gustaría volver a encontrar ese amor, que no sabes dónde está, ni en qué condiciones se encuentra, ni como lo ha tratado la vida. Todos, irremediablemente no nos damos cuenta, que el tiempo pasa para todos y nos modifica, nos cambia. Nada puede ser como antes. Aceptar ese cambio, ese paso del tiempo, no es fácil. No es fácil para uno, menos cuando lo ves en los demás, en ese amor que aún vive en tu recuerdo, pero que irremediablemente ya no es sino eso: un recuerdo.

Aníbal, cuando das clases ¿qué le dices a una persona que desea dedicarse al teatro?, el poeta y actor Alexis Blanco me sopló algo desde Maracaibo, pero quiero oírlo de tí…

—Jajaja, ese Alexis. Les digo que estudien. Que, en esta profesión, como te dije antes, nunca se llega a nada. Que cada paso que damos, son muchos escalones que quedan por delante. Que no se cansen, que no crean en las alabanzas. Que la frivolidad es el vacío. Que la fama, el éxito, no sirven de nada, porque no existen. Todo eso es humo, humo y nada más. Que lo que queda es la verdad, que todo se haga con verdad, con pasión, sí, pero con verdad.

Ya que mencioné a Alexis Blanco, aprovecho para preguntar lo siguiente: Entiendo que tienes una historia ligada a Maracaibo, ¿qué tiene esa ciudad para ti?

—Yo conocí el estado Zulia hace mucho tiempo. Tuve la fortuna de recorrerlo todo. Hice una película: “La piragua del sur”, dirigida por Ricardo Ball, que me permitió ver de cerca, de muy cerca al estado y su gente. Pero, sobre todo, trabajé en Maracaibo y allí logré hacer hermanos, verdaderos hermanos como Javier Rondón, Enrique Romero a quienes me une, no solo el afecto, sino todo lo que significa ser hermanos. Y hay más, muchos más que es imposible no sentirlos dentro de mi corazón. Allí viví, allí crecí y a ellos sigo unido cada día. Mis amigos del Zulia, no son solo mis amigos, son mi familia. Esa familia adquirida que uno elige.

Tú tienes fama de ser un hombre “sin pepitas en la lengua”, ¿Cuánto cuesta decirle a una persona que no sabe actuar?

—Antes decía esas cosas, antes era mucho más arrogante, más pretencioso, más inseguro. Ahora no lo hago. He cambiado. Creo que todo el mundo puede actuar. Solo que deben estudiar mucho. Prepararse, entender que esta es una profesión a la que nunca se llega a nada. Una escalera interminable. Un ascenso sin fin. Cada obra es un nuevo reto, cada texto es diferente. Lo único que no debe modificarse es el objetivo: aprender más y mejor cada día. Darse cuenta que el éxito no existe. Que la fama es como la espuma de la cerveza, que desaparece cuando te la bebes o se calienta. Los verdaderos persisten en la historia, en la memoria de la gente, no porque se lo propusieran, sino porque son grandes, aunque no trabajen para ello. Los grandes, los verdaderos son realmente humildes, están todo el tiempo entre bambalinas, no paseando por el proscenio. Teatralmente hablando.

Y eso de no tener pepitas en la lengua” ¿te ha traído problemas con el poder, digamos?

—Realmente no. Decir la verdad es algo que los grandes de espíritu aceptan sin problemas y entienden que deben modificarse. Los que no aceptan la verdad, los orgullosos, los que se ofenden, realmente son muy pequeños, muy tristes, con un camino muy corto. Antes discutía estas cosas, ahora los veo, los entiendo y sigo mi camino.

Has trabajado con una cantidad enorme de actrices y actores. ¿Alguno o alguna particularmente difícil, por su ego?

—Sí. Hay de todo en este mundo. Pero te repito, todos, absolutamente todos tuvieron el camino muy corto.

Aníbal, quiero terminar con esto. Cuando te concedieron el Premio Nacional de Cultura (mención teatro), recuerdo que te llamé para felicitarte y me dijiste que “era el único premio que te importaba en esta vida”, ahora te pregunto ¿Por qué?

—Es muy sencillo, ese es el reconocimiento a toda tu labor, a tu trayectoria, a tu entrega en tantos años. Es la mejor forma de darte cuenta que no has trabajado en vano. Que eres un profesional, que te lo has ganado. Bueno, por supuesto que hablo de mí, de lo que yo siento y creo que es ese premio. Tengo la suerte de haber recibido muchos reconocimientos a lo largo de todos estos años. Pero son reconocimientos a una obra, a un personaje, a algo específico. El Premio Nacional de Cultura abarca todo eso. Nunca me alcanzará el tiempo para agradecerlo.

¡Gracias a ti, maestro!

 

Leer entrevista original aquí

 

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