El corazón cultural de la ciudad de Caracas, durante el mes de junio y comienzo de julio, ofreció cuatro propuestas escénicas que demuestran el indetenible esfuerzo de los artistas del teatro venezolano por exponer sus trabajos: Los dioses del Sur; Confesiones de Adán y Eva; Hembras, mito y café y El cruce sobre el Niágara, son sus títulos y se presentaron en las salas: Rajatabla, de Conciertos, Espacio Alternativo
Un entierro que lleva a la muerte
Rajatabla, continuando su ciclo Primera muestra- Concurso de dramaturgia nacional, en homenaje al maestro Gilberto Pinto, exhibió su segundo montaje de la mano del novel dramaturgo venezolano Vicente Lira, bajo la dirección de José Domínguez y con las correctas interpretaciones de: Gerardo Luongo, Rafael Marrero, Dora Farías, Demis Gutiérrez, Mayo Higuera, Pedro Pineda, Simona Chirinos y Yurahí Castro.
Lira, con su mordaz texto, hace una irónica crítica de la idiosincrasia venezolana y el sistema burocrático que nos envuelve cuando deseamos realizar lo que aparentemente pueda ser tan fácil como es el entierro de un ser querido. En este caso, el protagonista, Rodolfo (Rafael Marrero) se encuentra en el trance de dar sepultura al cadáver de su tía (famosa estrella de la televisión venezolana) y al intentarlo, descubre que hay un cadáver ocupando la fosa de la fallecida. A partir de esta premisa, Rodolfo apela por la buena fe de los distintos y particulares personajes que hacen vida en el camposanto para ayudarle en su cometido, pero más que eso, lo que logran es conducirlo al borde de la locura y finalmente a su propia muerte.
Lo interesante a resaltar en este montaje es la exigencia actoral, ya que de acuerdo a la puesta en escena diseñada por José Domínguez y el texto de Lira, se propone que cada actor encarne tres personajes distintos y es ahí donde estalla la comedia de confusiones, cuando Rodolfo se siente timado por la similitud física de cada personaje con otro.
Resaltamos el correcto diseño de dirección escénica, aunado al logro estético del espacio de la mano del escenógrafo Héctor Becerra. El desenvolvimiento actoral, sorprende en los trabajos de caracterización de Mayo Higuera encarnando los personajes: Suerte, Simón y Hermes; revelación joven de la escena actual que seguro dará mucho de qué hablar en un futuro cercano, gracias a su talento y arrojo escénico. Asimismo, Dora Farías, con desenfado, da muestras de su madurez actoral, acompañados de las convincentes caracterizaciones de Gerardo Luongo y Rafael Marrero en el atormentado Rodolfo. Mención especial merecen Pedro Pineda y Simona Chirinos como Las Moiras, especies de espíritus residentes del cementerio que le sirven a Lira como Corifeos de su historia.
Gracias a este montaje, insistimos en afirmar que Rajatabla va en el camino de renovación y de encuentro de nuevas propuestas estéticas que le permitan alejarse de las glorias pasadas de su fundador Carlos Giménez y enfrentar los nuevos retos escénicos del Teatro Venezolano de nuestro tiempo.
Los primeros amantes de la historia
De la mano de Proyecto Azul, el pasado 02 de mayo, se estrenó en
En un montaje carente de espectacularidad, su directora, autora, protagonista y productora, Gladys Prince, recurre a concentrarse en el texto de Twain sin muchos artilugios escenográficos ni estéticos. Acompañada de Daniel Jiménez (Adán) y Oscar Aldón (Dios) nos cuenta las vicisitudes de los dos primeros seres humanos sobre la tierra, según la mitología bíblica, aderezado de las típicas situaciones contemporáneas en las que se puede conseguir una pareja de "esposos", más cuando se trata de los personajes en cuestión, quienes por primera vez descubren su entorno, hasta caer en la tentación del pecado original que todos conocemos.
La dirección no se arriesga demasiado, se dedica más bien en el decir del texto y en la comicidad que ofrece la anécdota. Sentimos que el espectáculo obtendría mejores resultados si Prince se concentrara en un solo rol de todos los que desempeña, esto no quiere decir que no esté ofreciéndonos un producto correcto, sin embargo pensamos pudo aprovechar mucho más las posibilidades que le ofrece la historia si su atención y energía se volcarán a un solo renglón. Ya la dirección de un espectáculo supone una atención suprema y lo que gana la directora, lo pierde la actriz, o se le escapa a la productora.
Por su parte los caracteres masculinos se desenvuelven más cómodos y cumplen de manera convincente con sus roles. Evidentemente, para Oscar Aldón se posibilita más fácilmente el enganche con el espectador, porque su personaje (Dios) se muestra de una forma más jocosa, irónica y actual, lo que permite que inmediatamente el público se identifique desde la comicidad con él.
De féminas mitológicas, cabaret y café
La joven agrupación TEARTES, desprendida de
Definitivamente el acierto de esta puesta en escena (que se puede disfrutar en el nuevo Espacio Alternativo: La terraza del Ateneo de Caracas) es su conceptualización y estructura, al posibilitar un encuentro, amable y divertido con estos complejos personajes. Gracias a la interpretación de: Louani Rivero, Angélica Robles, Leila Vargas-Hera, Mónica Quintero, Eloísa Vera-Andrea Quintero, Samantha Castillo, Ángela Meléndez, Sara Valero y María Claret Corado, el público se regocijará de una hora de confesiones descarnadas y en las que podemos observar una maravillosa posibilidad de deleite del nuevo talento escénico femenino que traen las nuevas generaciones teatrales del país.
Un nivel actoral bastante uniforme, junto a la acertada dirección de actrices por parte de Montilla, cada fémina hace alarde de su talento en una inmediata conexión con el espectador, a quienes encantan y seducen.
Tal vez un mayor apoyo técnico, para este nuevo espacio, podría habernos colocado frente a un gran espectáculo de cabaret, que hace tiempo no disfrutábamos en la marquesina teatral caraqueña. Con esta nueva temporada TEARTES deja en claro que el teatro venezolano cuenta con un muy buen relevo para los próximos años.
Sobre las aguas del Niágara
El Grupo Actoral 80 y el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT), ofrecen al público caraqueño una nueva lectura del reconocido texto del peruano Alonso Alegría, merecedor del Premio Casa de las Américas del año 1969. Gracias a la puesta en escena de Melissa Wolf y las interpretaciones de Daniel Rodríguez y Jesús Cova.
Sin lugar a dudas se debe resaltar la importante labor que desarrolla el veterano hombre de teatro Héctor Manrique, director de las dos instituciones garantes de la producción de este montaje, al facilitar la incursión en nuestro arte escénico de los nuevos talentos que serán los responsables de conducir los destinos del teatro venezolano que está por venir. Esta propuesta escénica de El cruce sobre el Niágara, así lo demuestra, cuando su staff de creadores no llegan a la treintena, sumándose la arrojada conducción escénica de Melissa Wolf, a quien veíamos en sus comienzos actorales y pequeñas incursiones en la dirección, con este montaje, Melissa sube un gran escalón en su propósito de convertirse en una de las pocas mujeres directoras de nuestro país y lo hace de la mano de un muy inteligente texto dramático, en el que se evidencia la veteranía de un gran dramaturgo.
Pero Wolf no está sola y convoca en su aventura sobre el Niágara a dos contundentes histriones: Daniel Rodríguez y Jesús Cova, del primero ya habíamos señalado en sus anteriores trabajos la destreza escénica y su arrolladora presencia teatral que le permite literalmente estar como "pez en el agua" en su oficio. Rodríguez encarnando al equilibrista francés Charles Blondín, demuestra su ascenso en el difícil arte de la interpretación, dando fe de su formación y disciplina actoral en un complejo y exigente carácter que supone unas condiciones físicas muy particulares, en sus manos, este personaje se concreta de manera convincente, divertida y en conexión con su innegable talento, sentimos que únicamente debe poner atención a su desempeño vocal que podría en un futuro encasillarlo, sin necesidad, en una forma de recitar el diálogo característica, nada grave con atención de la dirección y conciencia del propio Rodríguez, es un tema que se supera fácilmente. Por su parte, Cova, a quien no habíamos visto en las tablas venezolanas, sorprende por su frescura y autenticidad escénica, entregando un carácter conmovedor, que hace reflexionar acerca de la naturalidad y desenfado del actor sobre la escena y cómo se afronta un personaje con verdad y organicidad.
La dirección se apoyó sólidamente en el gran texto dramático de Alegría y en la correcta orientación de actores, Melissa Wolf se cobija inteligentemente bajo el talento de sus histriones y los sabe acompañar, brindando una lectura escénica que péndula entre los polos del naturalismo y el anti-naturalismo.
Nada fácil resulta enfrentarse a una pluma dramática como ésta, con una anécdota que pide apelar a la convención teatral, cuando en la segunda parte del espectáculo debemos salir de la casa del protagonista y acompañar al dúo en su reto de cruzar las fieras cataratas, uno sobre los hombros del otro. Una revisión de la propuesta del espacio escénico, en búsqueda de la síntesis permitiría a la directora obtener un gran espectáculo, pero sin temor a equivocarnos estamos seguros que con un inicio en la dirección de esta forma, Wolf en poco tiempo formará parte de las directoras más destacadas de la escena venezolana.
En resumen, cuatro espectáculos que demuestran el indetenible trabajo de los creadores del teatro profesional venezolano, que, saltando las limitaciones de producción y la carencia de espacios de representación, ofrecen lo mejor de sí para dar fe del vigoroso movimiento teatral caraqueño, que comienza a dar muestras de su alejamiento de la superficialidad comercial para entregar al espectador algo más que diversión.
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Luis Alberto Rosas