Del dramaturgo y médico psicoanalista, Eugenio Griffero (Argentina, 1936) y bajo el esfuerzo de producción de Rolando Padilla, Tulio Cavalli, Italo Silva y Yoyiana Ahumada, la escena caraqueña está teniendo un grato como hermoso trabajo teatral con la escenificación de la pieza “Príncipe Azul” de este sensible escritor que ha sido inscrito en la llamada “Generación del 75” donde figuran Eduardo Pavlovski, Roberto Cosa y Griselda Gambaro. Autor vanguardista y olfato para los problemas socioculturales, ofrece una interesante actividad escritural que le ha llevado a pergueñar piezas como: “La gripe, “Té de reinas”, “La Fuerza del destino”, “Príncipe azul”, “Destiempo” (Premio Moliere 1984) entre otras.
Griffero ha sido escenificado en países iberoamericanos, alcanzando reconocimiento de público y crítica. Con “Príncipe Azul” (1982) se presenta al espectador, una historia de amor de dos hombres sesentones que, por miedos al entorno social, prometieron reencontrarse después de cincuenta años de su amor adolescente, en una idílica playa que les vio sentir el estremecimiento de lo prohibido. Un tema del amor, el compromiso y la espera. Una fábula que entreteje cosas no dichas, pero que se llevan en el alma, como promesas que jamás caducan y que vence las presiones del ¡que dirán!, de los roles, de las posturas, de la familias y compromisos. Drama que conmueve porque tras estos dos seres y sus diálogos que esconde el inefable sentido de la ilusión perdida, el miedo por la frustración y del ansia que, como vieja gaviota, sabe que va a morir al África donde la soledad será su compañera.
Con la exultante capacidad histriónica de Roberto Moll (Juan) y de Marcos Moreno (Gustavo) se construye esta historia. Dos excelentes actores. Un desempeño de composición de personajes y escenas brillantes, memorables. Que buen teatro ofrecen. Saben capturar la densidad de estos seres marcados por un amor imposible. No hay regodeos ni excesos: teatro orgánico, trabajo actoral de primera. Teatro que conmueve. He ahí que la dirección de Francisco Salazar fue asertiva y contundente en armar este compacto espectáculo. Propuesta llena de atmósferas, tensiones y anhelos. La dúctil labor de Edwin Erminy en la recreación escenográfica y la sutileza de atmósferas de Carolina Puig (iluminación) complementan un montaje que, insisto: ¡hay que ver y disfrutar!
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Carlos E. Herrera