No todo lo que brilla es oro y en el caso del espectáculo teatral Príncipe Azul, basado en la pieza del argentino Eugenio Griffero (Buenos Aires, 1936), hay que dejar claro que lo importante de ese excelente trabajo artístico, lo trascendente, más allá de los actores Roberto Moll y Marcos Moreno, aplomadamente dirigidos por Francisco Salazar, no es sólo ese epílogo dramático y desconcertante de la estrujante historia de amor homosexual que a ellos les ha correspondido representar, sino lo que esa situación final significa o pretende transmitir al espectador.
Porque este Príncipe azul es una pieza con una metáfora o con un mensaje capaz de ser descodificado y asimilado por el receptor, pero también es un fino show escénico que atrapa por la calidad profesional conque ha sido realizado bajo la égida de Francisco Salazar, un veterano director quien admite que su mayor preocupación fue “el subtexto… un ping pong en el que yo propongo y los actores indagan, tratando de que aparezca una fibra sensible; más que una demostración de actuación”.
Príncipe azul es un breve montaje que muestra el encuentro de dos personajes, Juan y Gustavo, encarnados, respectivamente, por Roberto Moll (56) y Marcos Moreno (46 ); una pareja de ancianos, con 66 años cada uno, que prometieron volverse a ver hace 50 años, después de haber mantenido unas relaciones amorosas tan intensas que tuvieron pánico de proseguirlas, teniendo en cuenta el contexto familiar y social de esa revuelta época de sus adolescencias. Medio siglo después, Juan es un mediocre actor de tercera, un sórdido personaje que ha vivido como quiso y como pudo, que no le queda vergüenza de los hecho ni de lo no hecho, mientras que Gustavo, recuperándose de un ACV que le dejó afectado el lado derecho de su cuerpo, es un respetable jurista con mucho poder, abuelo, pero amargado por todo lo que pudo hacer y no tuvo tiempo o no quiso hacerlo; un burgués, en todo el sentido del término, que se aburre por no tener nada que lo preocupe, salvo la salud, y cuando rememora aquellas cosas que no pudo adelantar y debió abortar, tal vez la ruptura de su romance con Juan.
El espectáculo, con una depurada y bien estudiada escenografía- un banco de parque en las inmediaciones de un playa- de Edwin Erminy y una iluminación precisa y al estilo de Carolina Puig, tiene como inicio sendos monólogos de presentación, el de Juan el histrión, y el de Gustavo el enfermo y amargado; después viene el encuentro que ellos pactaron medio siglo antes, pero ambos aparentan no reconocerse y ahí se palpa no sólo el desencanto de los ex amantes, sino el amargo aceptar de la vejez que los ha hecho desconocidos para los ojos del cuerpo y la dolorosa y patética aceptación de que ambos son perdedores, porque sus vidas se enrutaron y llegaron a metas no anheladas.
La entrega de los intérpretes, el desenfado conque abordaron a sus complejos personajes y la forma de asimilar la historia de los mismos, hace que sus personajes fluyan con naturalidad y con mucho humor por parte del personaje de Moll, ese Juan que ha sido el menos perdedor en su periplo vital; mientras que el otro, el Gustavo de Moreno, transmite toda su frustración y un tanto de ira no sólo por lo que no hizo sino porque se atrevió a cumplir la cita, precisamente él, él más seguro y el supuestamente ganador en la vida.
Príncipe azul es una clara advertencia sobre cómo los roles sociales rígidos pueden llevar a la traición de los más auténticos y vivos sentimientos. Es una versión más de aquello que enseñó el poeta: el hombre mata lo que más ama.
Pero lo más interesante, o sea la lectura política, es que se trata de una pieza, estrenada en la capital argentina hacia 1982, que hace parte de toda una producción de textos y montajes con claves del grotesco y con elementos simbolistas con los cuales los intelectuales y artistas argentinos, hondamente comprometidos en la lucha contra la dictadura militar trataban de llegar a su público y obligarlo a pensar, a ver más allá de las imágenes y entender el trasfondo de sus diálogos. Ellos y ellas querían hacerle tomar conciencia a la sociedad entera de las desgracias en que habían caído y arruinado moral y económicamente a la nación por la presencia de “los gorilas” en el poder político y económico, además de las torpes actitudes guerreristas o belicistas que iban a culminar con la invasión a las islas Malvinas y la réplica mortífera del Reino Unido.
Y la verdad es que todo eso sirvió o al menos ayudó para lo que vino después: los generales pactaron su retiro, regresó la vida democrática y al parecer la sociedad civil ha logrado blindarse, hasta ahora, de la presencia castrense. Nadie puede negar que en esa nación sureña los intelectuales y artistas ganaron una… y bien grande con sus armas.¡Ojalá que cunda su ejemplo en este y otros continentes!
Príncipe azul es un espectáculo que enseña muchas cosas, especialmente que los seres humanos tienen un hoy y más nada, que el futuro o el mañana es una utopía y que hay que construirla y disfrutarla cotidianamente, sin dejar cosas para después.
Por supuesto que los espectadores pueden sacar sus conclusiones a partir de la cultura y la sensibilidad que disfruten, pero difícilmente no se conmoverán del dramatismo, un tanto novelesco, del argumento, porque que el hecho que dos seres humanos se conozcan, se entreguen y después tengan miedo de sortear los obstáculos es un asunto común y corriente, lo novedoso,en este caso, es la cita y lo que el tiempo pasó o hizo con los antiguos amantes, homosexuales en esta historia, porque también podrían ser una pareja heterosexual.
La lección de vida que propone el autor es tan obvia que nosotros opinamos que este Príncipe azul, pieza construida inteligentemente por un reputado médico psicoanalista, para mostrarle a sus compatriotas como el fascismo y el idealismo romántico anidan en cada hombre y como los fragores de la vida pueden hacer que lo malo se le encime a lo bueno, que lo que hoy repudiamos o amamos mañana se transforma en nuestra bendición o en nuestra desgracia. Lastimosamente, y de ahí está la debilidad de todos los seres humanos, lo vivido no tiene marcha atrás. Y lo único que se puede hacer es pedir perdón y aceptar que nos equivocamos o que nos faltó prudencia para sopesar las situaciones en que nos correspondió actuar. Un arrepentimiento aligera la culpa.¡El teatro si tiene segundas partes, pero la vida jamás!
Nunca es tarde
Este Príncipe azul (1982), que hace sus últimas representaciones en la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas, pero después continuará en otro salón de la ciudad, es el texto que más ha popularizado a Eugenio Griffero, por la simpleza de su trama y la densidad de sus contenidos, además de ser una pieza emblemática del teatro argentino que desafió a la dictadura militar de los años 80.Este autor antes se hizo conocer como escritor de relatos breves, pero es hacia 1974 cuando se estrena su opera prima, el monólogo Sanduche, que le permitió convertirse en uno de los más importantes de la generación del 75.
Para los analistas argentinos,quienes han podido ver toda su teatro, este dramaturgo está ubicado en un universo temático de horizontes contemporáneos que lo hermanan o lo ubican dentro del absurdo que cultivaron Beckett e Ionesco, por aquello de los temas de la incomunicación, el desencuentro, los miedos a la muerte, a la libertad y al libre albedrío.
En el programa de mano de esta depurada producción caraqueña (un trabajo de Yoyiana Ahumada, Rolando Padilla,Tulio Cavalli e Italo Silva) se afirma que el teatro de Griffero va más allá del absurdo radical, y al indagar en las posibilidades del lenguaje, según las palabras del crítico argentino Guillermo Saavedra, “prefiere trabajar en los intersticios del lenguaje, producir efectos y arrimar alusiones sinuosas sobre el terreno de lo no dicho; aquello que se cala por impronunciable, o que no puede decirse porque carece de palabra”.
Esta obra iba a ser montada por Carlos Giménez en los años 80, con Pepe Tejera y Aníbal Grunn en los roles de Juan y Gustavo, pero pasó el tiempo y ahora ha sido exhibida por otros. ¡Nunca es tarde!
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E.A.Moreno Uribe