Una vez más el Grupo Teatral Repico retoma las tablas de la escena caraqueña. Un colectivo que ya ha sumado ante el público venezolano una fructífera vida escénica de once años, cuando en 1995 estrenase “Divertimentos a tres Voces” bajo la dirección de María Grazia Gamana. Ese mismo año vimos como su conducción ha estado sellada por la brillante presencia de una activa teatrista como lo es Consuelo Trum. El Grupo Repico ha desplegado con aciertos y altibajos un sentido de permanencia y búsqueda teatral que muchos le sabemos reconocer de pies en la tierra. Con quince montajes a su haber desde esa fecha de irrupción se ha paseado por dramaturgias disímiles y puestas en escena que no han dejado indiferente al espectador. Sea desde obras de Dario Fo a Friedrich Dürrenmatt, de Rómulo Gallegos al emergente José Antonio Barrios ha apostado a un teatro de calidad, a permitir que la gente joven asuma posiciones de reto en lídes de puesta en escena, hasta permitir que el público no sólo consuma “teatro ligero” sino que se aproxime al gran teatro de arte, ese que todos merecemos.
Ya a las postrimerías de 2007, asumen una vez más a uno de los grandes de la dramaturgia norteamericana como lo fue Tennesse Williams (1914 – 1983). Esta vez, con versión y puesta en escena de Giovanni Reali de “La Rosa Tatuada”, en la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas. Una singular aproximación a las fronteras de un teatro de “penetración psicológica” que exploró la conciencia norteamericana que indaga, que descubre como afilado escalpelo los vericuetos de la sexualidad y ciertos entresijos de la violencia individual de la sociedad norteamericano de la post guerra.
La recepción de este espectáculo suscrito por Reali la debo calificar como “tibia”. Estoy convencido que pudo sacarle más fuerza a la plantilla actoral como al riesgo de proponer un ámbito realista de mayor contundencia a las acciones y situaciones donde accionan los personajes.
El diseño escenográfico de Rafael Sequera aplanó tras una simetría lineal, un espacio que debió ser más diverso y que afectó la planta de movimientos. La atmósfera dramática creada por el desempeño histriónico resultó altisonante e inorgánica ya que (en el día del estreno) no se les percibió en papel. Los elementos suplementarios como iluminación, utilería y vestuario tampoco sumaron un valor significante. Con todo, es un esfuerzo artístico que merece la mirada y opinión del espectador que, a la postre es quien decide con su aplauso.
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Carlos E. Herrera