Una vez más la dramaturgia de Isaac Chocrón se expone en la marquesina del teatro comercial de Caracas. Esta vez, bajo la contundente como asertiva reposición del Grupo Actoral 80 dirigido y actuado por Héctor Manrique y Basilio Álvarez, “La Revolución” (1971) está a la vista y confrontación estética y de contenido para el espectador caraqueño y que bien puede ser constatada en el espacio no convencional que dispone la Fundación Corp Group Centro Cultural en su torre de La Castellana.
Ya con más de tres décadas de haber sido escrita y escenificada (hay que recordar no sólo la extraordinaria puesta en escena realizada por el hoy desaparecido Nuevo Grupo en su Sala “Alberto de Paz y Mateos” con las memorables actuaciones de dos legendarios nombres del teatro nacional como lo fueron; el dramaturgo, director y actor, José Ignacio Cabrujas y el maestro de actores, Rafael Briceño) aun este texto como su propuesta de mensaje sobre la soledad y la marginalización de las minorías está más viva que nunca.
No es casual que para el aguzado olfato de Héctor Manrique –que no me tiembla a calificarlo como el actual “Midas” del teatro comercial de Caracas ya que cuando asume tal o cual producción, de seguro habrá un éxito de taquilla asegurado- esta significativa pieza de la dilatada producción dramática del “mejor dramaturgo venezolano vivo” se ofrezca ante un espectador que bien sabe distinguir cuando hay que separar el polvo de la paja a la hora de ver muy buen teatro en lo que es la dinámica escénica que se ofrece en un momento determinado. Manrique sea como actor, director o productor sabe con quien está asociado o con quien se asocia a la hora de bajar el martillo entre la oferta y la demanda de alternativas para el consumo cultural teatral. No es gratuito que dentro decir que si se detalla lo que ha sido el decurso del primer trimestre del presente año (2007) su presencia en cualquiera de estos roles esté cosechando oro tras cada temporada. Esté asociado a producciones independientes o conduciendo la vida institucional del Grupo Actoral 80, la brújula gerencial apunta a no dejar escurrir el bulto del éxito. El toma y asume los riesgos de un empresario a carta cabal para lo cual será indistinto que lo que se lleve a escena sea un texto de autores venezolanos altamente reconocidos (J. I. Cabrujas o F. Verdial) o bien, con la adquisición de derechos de representación de autores foráneos que van desde Michael Frayn a Eve Ensler) por tanto, estrenar o reponer, dirigir o producir para este teatrista es estar bien claro que donde ponga el ojo, pondrá la bala.
Recordemos que quizás algunas variables de la fórmula del éxito en el teatro venezolano sea saber escoger bien el texto, el elenco, una buena producción, la sala, tener un buen grupo de anunciantes y ser sagaz en el asunto de la promoción / publicidad del producto a exhibir. Si el cóctel se agita bien y se sabe servir ¡vualá!, tendrá largas colas de espectadores esté donde esté.
Lo anterior es sintomático ya que con la reposición de la “La Revolución”, la gente del Actoral 80 y en especial, Manrique sabe que juega a ganar. Y sabe que juega a estar en el tope de la ola porque se asegura de que Chocrón le ceda una pieza que ya tiene su sello de calidad asegurado tras decenas de montajes en un periplo cronológico y de espacios nacionales como del extranjero (que le genera una sana envidia a otros autores de su generación) muy preavisos. Esta pieza más allá de abordar un tema y tener una estructura de contarse, ha sabido resistir sin mella alguna, el paso del tiempo y estar poderosamente vigente, actual y comprometida con la época donde vuelva a surgir. Más aún, si la capacidad del director se compromete a no desvirtuarla sino que se permite –bajo la venia del autor- una cierta asesoría para remozarla en lo que tiene que ser el trabajo dramaturgístico (véase lo bien que lo hace el maestro Ugo Ulive con ciertos detalles de la obra para adecuarla a las circunstancias actuales), ese mismo texto adquirirá una inexorable capacidad de seguir diciendo cosas, de insinuar “retruecanos” con las circunstancias y el momento de esta realidad que se vive y palpa en la Venezuela del siglo XXI, porque el espectador al salir de la sala no siente el incómodo olor a naftalina tras el discurso chocroniano, sino que siente una fábula y un discurso, una representación y una puesta repotenciada.
El efecto por ende, es que uno puede reír en el primer acto por el efecto de comedia que se expone pero también quedar conmovido y estupefacto con ese mismo discurso tras la exposición del segundo cuando lo exterior de la risa da paso a situaciones agrias, a ver como se densifica el diálogo, como se desdobla el sentido y la forma para que ese contenido temático que discurren dos patéticos homosexuales como lo son los personajes de Eloy y Gabriel lo sacudan a uno y dispare un ¡alto!, la cosa no es tan sencilla como en apariencia se percibe. Hay un algo más tras lo que la plantilla actoral representa, maneja y concreta sin concesiones facilista a la subconsciente del colectivo. Tras esa respuesta en la recepción del espectador “La Revolución” sigue haciendo revolución debido a que como el mismo Gabriel lo dice: “A ver si pasa algo, ¿no es verdad? ¡Porque allá afuera no está pasando nada! ¡No pasa nada! Y a lo mejor aquí, conmigo, puede que tengan el presentimiento de que …. algo … todavía … puede pasar.”
Es ese hecho turbador y la vigencia del texto chocroniano así como la sazón de una puesta en escena que sin ser excesiva en su aspecto formal que actúa golpe eléctrico para quien la va a ir a confrontar. Héctor Manrique, Basilio Álvarez y su productora, Carolina Rincón, lo saben reconocer. Chocrón está actual, vigente, vivamente capaz de seguirnos crispando el asombro ante “La Revolución”, esa que todos deberíamos saber llevar y no mingonearla en actitudes pacatas sean referidas anta la vida, la ideología, la moral, la forma de ser y de comprender a los otros.
Insisto con el personaje de Gabriel cuando le dice a Eloy: (…) La vida, la vida… Aquí no pasa nada. ¿No te das cuenta, Eloy? No… pasa… nada. A lo mejor lo único que pasa soy yo. Y creo que “paso” porque viene gente a verme. ¿No te das cuenta del significado irónico… grotesco? Yo, tú, esto, formamos un acontecimiento en un lugar donde ya no ocurre ningún verdadero acontecimiento. Ustedes perdonen si lo que he dicho puede parecerles insolente. No estoy acusando, créanmelo, pero pienso que si tengo el derecho de palabra, al menos debo tener también la sinceridad de señalar una situación que nos importa a todos”.
Vaya amigo espectador a ver “La Revolución”. Demos un aplauso a Basilio y Héctor por su solvente trabajo histriónico, al equipo que hizo posible la concreción de este montaje, pero más que nada, a Isaac Chocrón quien sabe muy calladamente que con está pieza siempre sabrá hacer revoluciones en la conciencia de quien la lee o ve escenificada. Una delicia escénica que hay que confrontar.
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Carlos E. Herrera