Introito amanera de pauta reflexiva
Algo cierto: ¡soy un espectador que le encanta la comedia! Me gusta asistir a un espectáculo basado en este género. También degusto con fruición personal, los dramas inteligentes y bien correlacionados con las formas y maneras de cómo se expresa lo idiosincrático del comportamiento individual en el contexto socio cultural nacional.
No tengo el prurito si el montaje / espectáculo a ver sea tildado de “comercial / ligero” o, que orbite en lo sustantivo de teatro de “arte”. O, por que sea un drama que en apariencia no calce al ciento por ciento las botas conceptúales que algunos intelectuales esbozan para definir al género en sus tratados.
Como cualquier otro mortal envestido del ropaje singular de ser sencillamente un espectador sencillo y corriente, que se apersona en una sala teatral con el fin de pasar un rato ameno en una noche de buen teatro, exijo, ¡eso si! que la compañía sepa exponer ese “producto cultural” bajo criterios bien sólidos: que haya una idónea selección del texto –sea bien, pieza original, versión o adaptación donde se respete la esencia de tema, trama y situaciones-, que el director del grupo o la compañía –o, bien, en estos tiempos donde algunos (as) autores (as) deciden asumir escenificar sus piezas que ni tan ortodoxo ni tan flexible con su escrito- que el conjunto artístico sepa administrar los factores fundamentales tras lo que entiendo como la dinámica de la puesta en escena; y como consecuencia de todo ello, que sepan manejar con astucia el consabido dialogo escena / platea y hasta ¿por qué no? intuir los debidos canales de proyección – promoción y de sacarle el “jugo” en ese momento mágico cuando se produce la recepción de lo escénico hacia ese grupo humano poseedor de gustos, percepciones y una cultura heterogénea que ya hace muchos siglos fue catalogada por un autor barroco como el “monstruo de mil cabezas” (el público).
Pero no todo queda ahí. Hay factores a mi entender que también deben estar sujetos a un total cuidado cuando se decide montar tal o cual texto o escoger tal o cual autor. En mi criterio algunos de estos factores pueden ser: un compacto y homogéneo elenco de actores profesionales apoyados por comediantes noveles que sepan manejar con afiligranada destreza, tanto sus potencialidades profesionales (voz, dicción, impostación, manejo corporal, intuición escénica como lo propio en la composición / exposición / variación del personaje, manejo corpo expresivo) como lo que sabe que algunas veces posee o no al momento de asumir su trabajo artístico: reconocimiento (“fama”) teatral o mediática, encanto y carisma.
De lo anterior, ¡acentúo lo último! No es lo mismo ver a un reputado histrión del teatro venezolano al lado de una agraciada actriz cuya imagen está diez o veinte veces potenciada por su presencia “momentánea” en el dramático del tal o cual canal de TV. Simplemente (yo critico / cronista) agradezco ver actores desenvueltos, “orgánicos”, que dan lo mejor de si desde todo ángulo posible (técnico y compositivo), que comprendan los retos y exigencias de la escena; que dejen de lado la sutil línea entre quien solo se regodea en “el oficio del actor” de quien se sabe un intérprete que compone un (os) personaje (s) bien definido (s), si ese es resultase su desafío.
Demando que sepa aprehender y volcar en su labor de composición, todos los ángulos que el texto coloca tras las didascalias y acotaciones. Que se desprenda de las indicaciones dadas por el director –aclaro con ello, que son incontables las veces que he descubierto en una función “x” o “y”, o peor aun, que ya avanzada la temporada algún histrión aun se desplace o interacciones con otro actor como si estuviesen operando las indicaciones de actitud o de movimiento que le asignó en el lapso de ensayos el director. También creo mucho es ese actor o actriz e incluso en esos directores que están abierto a oír los concejos de otros profesionales como lo son el productor, los diseñadores (y hasta en casos “de excepción” de algún crítico) que lo haya visto en la fase de preparación del montaje.
Me encanta, y disfruto una enormidad como le acote al principio –y más de la veces hago testeo en el conjunto del público- como se manifiesta la comedia o el drama de estos tiempos. Por ejemplo, para el caso de la comedia “inteligente” es válido que haya una suma de factores y elementos antes descritos. Es necesario que, tanto la dirección como la respuesta del staff actoral (puro /actores que solo trabajan en teatro o cine o, mixto, es decir, del anterior tipo junto a eventuales actores / actrices provenientes de la TV; o del rutilante mundo de las misses y “misters” o del campo del modelaje, entre otras posibles fuentes) esté debidamente acoplado. En ellos y sobre la escena debe existir y saberse irradiar hacia el espectador trabajos imbuidos de desenfado, fuerza y entrega, todo lo que uno supone que debe poseer el desafío de un espectáculo “de arte” o “ligero”. Si están ahí es porque aparte de talento y profesión debe estar subyacente: oficio hecho pasión, personalidad, y hasta cierto “garbo” tras la composición de sus papeles y que ese encanto y fuerza escénica (sin regodeos y amaneramientos ampulosos) pueda generar una auténtica comunión escenario – platea.
Que la comedia sea “light” eso es una cosa; que, sea “comercial”, otra. Que el drama sea atado a las manera y modos de la convención académica o flexibilizado con toques de humor y desenfado es otra. Lo que demando es que esté bien resuelta, justa y sin subestimar al receptor. Yo ya lo dije, mi preferencia como “espectador especializado” es ver y disfrutar de comedias y dramas que me pongan a pensar. Esa clase de textos que algunas veces ¡patean muy duro! a pesar de que me hagan reír o, solo pensar sobre el eje temático abordado están en mi lista de preferencias cuando asumo en un día ver un montaje y postergando otro; aclaro, esa comedia o drama que le hace a uno descubrirse riendo u drama que tras una escena de atolondra y me hace separar mi recepción a manera de un ¡epa, un momento; acá pasa algo! son las que me impactan y sorprenden, las que me sacuden y me dejan varios días hilando fino en la reflexión.
Es que tras la situación argumental, tras ese parlamento, tras ese momento dramático, tras esa escena está escrita o planteada una verdad inocultable como un sol de verano: se está diciendo cosas al espectador, cosas que se deben recibirse, masticarse y reflexionarse más allá de lo eventual espectacular o del momento de solaz que uno asume en un fin de semana cualquiera. Cosas que muchas veces rayan en los discursos del silencio de esta sociedad. Cosas que hasta son medio “tabú” para otros. Cosas que, no son fáciles de expresar y menos componer en un texto, una puesta en escena o tras el trabajo del histrión y que si no se hila bien, puede quedar desdibujado en la recepción del público.
La comedia o el drama que “duele” es quizás el que mejor asimilo, debido a que demanda en mi fuero interno preguntas y respuestas que devienen después en esa re-visión de la realidad del comportamiento social venezolano, globalizado, pluricultural, bombardeado por lo mediático, con rémoras de temores, ansioso por un incierto devenir, con pulsiones, miedos y angustias que, también se traducen en decenas de otras preguntas, más de las veces sin respuestas, pero con la infinita capacidad de darle solución a la manera “tropical”, a la “todera” o como el personaje de una exitosa telenovela se tradujo en la vocería de uno de sus personajes (Eudomar Santos) decía taxativamente como impertérrita filosofía de lo cotidiano pesudo filósofo de la cotidianidad: “¡como va viniendo, vamos viendo!
Esas preguntas y sus posibles respuestas traducidas bajo la fórmula aguda de la comedia o del drama que duele es donde un autor sabe esculcar el termómetro de su tiempo, la realidad socio cultural y sus matices e inflexiones de cada capa social y, hasta los oscuros filones del “pathos” humano.
No hay que tener dos dedos de frente para saberse espectador de primer nivel cuando uno las confronta. Quizás mis parámetros de recepción / análisis / comprensión y hasta de gusto deban ser los orientadores para quien lee mis notas.
En todo caso, yo, espectador, estoy claro en que disfruto una enormidad de la comedia y del drama que duele. Géneros escritos y escenificados para decir cosas; para trascender tiempo y espacio; para dibujar parte de los comportamientos sociológicos, para dibujar con formas y maneras, con palabras y códigos y hasta con cierto maniqueísmo no tendencioso de un más bien que mal, esa “cosmovisión” de país y de sus mutables e intangibles universos de adaptación / generación de discursos de actitud en la acción del día a día en la calle, en la familia, ante el otro o, en el silencio a gritos del imaginario individual y colectivo de las sociedades latinas, en especial, la caribeña venezolana.
Han habido excelentes autores que lo han sabido hacer: desde Cabrujas a Caballero, de Santana a Ott, de Palencia a la Moreno, de la Páez a la Pérez…; en fin, unos y otras desde mediados de los años ochenta cuando me atreví a ser “crítico de teatro” me han servido algunas exquisiteces dramáticas bajo el empaque de comedias y dramas que duelen y que he devorado con delectación.
En estos tiempos donde debería haber mucho “teatro político” por razones que ya sabemos, vemos como la comedia ligera hace de las suyas y el drama inteligente sabe hacer de las suyas cuando está en manos de un grupo / director sagaz; pero, también vemos en la cartelera como esas comedias y dramas que duelen están colocadas para que el venezolano vaya, las vea, se ría y, de pronto, descubra, un cierto rictus en lo más profundo de su corazón y sensibilidad haciéndolo sentir que esa risa de momento habrá de convertirse en fugaz amargura una vez que se despojó de la sorpresa de cotejar la trama, la situaciones y la verificación de su empatía (¿identificación con los personajes?) ante el fondo textual (discurso) que un autor comprometido, un director experimentado y un grupo artístico han entregado como “factura” a la conciencia de su momento socio histórico.
Esta nota es preámbulo a algunos comentarios que efectuaré en próximas entregas y que buscan no estar corriendo tras la urgencia de complacer al autor, director o grupo con su desempeño posterior al estreno o de la temporada sino que, se posibilité más allá de la crónica / crítica de sus esfuerzos creadores que su labor en las tablas tiene que generar una obligada discusión, reflexión y análisis. Que no sólo quede el fragor de una noche o temporada. Que no se olvide los supuestos dichos o explicitados tras el discurso textual y concretado, posteriormente, en propio de las puestas en escena. ¡Que haya polémica, que se hable y discierna si, esas miradas al solar de la “realidad” son verdaderos aciertos de los valores de cambio y uso en lo que entendemos como arte dramático y espectacular es lo que siendo la primera década del siglo XXI.
Por lo pronto, la mirada de este “espectador especializado” ha venido confrontado algunas textos y montajes que, me dicen cosas, que están en consonancia con todo lo expuesto y que me dan cierto nievl de convencimiento que encajan perfectamente a la “ínsula” de la comedia y el drama que etiqueto de “dolorosos”.
La primera, aun cala en los espacios del Teatro Escena 8 en Las Mercedes. Allí se exhibe “Angustias de la mediana edad”, pieza de la dramaturga Indira Páez con dirección (y actuación) de Sebastián Falco para la conjunción de la productora independiente IQ producciones / Escena 8.
La segunda propuesta, es “La Quinta Dayana” de Elio Palencia, con puesta en escena de Gerardo Blanco para el grupo Bagazos propuesta al público en la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas. Dos textos inteligentes, ácidos, ligeros porque la visual del director y las “estéticas” de montaje de los directores deben hacerla masticable más no “cólicas” en términos de un crítico teatral más quisquilloso cuando percibe que hay presencia de textos, puestas y actores que parecen decir a gritos: ¡somos teatro ligero comercial!
Dos montajes que merecen mi aplauso y recomendación para no sólo un rato de evasión sino para “vernos” de alguna manera en las tablas gracias a la labor artística y profesional de dos buenos autores, dos grupos y un puñado de artistas de la escena caraqueña que están hilando fino para satisfacción del público caraqueño en lo que ha sido el lapso julio – agosto de 2007.
Incluso, como colofón a este “ejercicio crítico”, agrego la presencia de un “remake teatral” que no siendo texto de autoría nacional (pero si una muy bien ajustada versión de “Los Chicos del 69” del actor / director, argentino venezolano, Aníbal Grunn, para la pieza “Los chicos de la banda” (1967) de Matt Crowley, causó “estupor y furor” a finales de la década de los años setenta cuando fue exhibida en el hoy desaparecido Teatro Las Palmas). Comedia armada con un buen texto y un saludable montaje que divierte pero, que tras esa “diversión”, de ese teatro aparentemente frívolo y “comercial” existe un mensaje agudo, picante y con capacidad de seguir diciéndole cosas a una sociedad donde lo “gay” está a flor de piel de muchos y también donde “lo gay de closet” buscan oír, ver y hasta en cierto sentido, buscarse en la representación escénica en estos años de lo que va la primera década del siglo XXI.
En entregas sucesivas, comentaré esta tríada de texto y puestas en escena esperando que lo acá asentado sea lo suficientemente estimulante para que usted, amigo lector, se anime y vaya a constatarlas bajo su personal apreciación lo que este servidor percibe como “comedia y dramas que duelen”.
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Carlos E. Herrera