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A pesar de todo… los jazmines nacen en Lídice


No se puede obviar que el teatro de arte venezolano está floreciendo y en este bosque pleno de gigantes árboles se va abriendo camino para ofrecer al público caraqueño algo más que risas y divertimentos.

La reconocida agrupación caraqueña Tumbarrancho Teatro liderada por la dramaturga Karin Valecillos y Jesús Carreño, han vuelto a hacer de las suyas e imponerse con una nueva producción teatral que hace temporada en la Sala Plural del Trasnocho Cultural los días sábados y domingos a las cuatro de la tarde.

Jazmínes en El Lídice, es un  trabajo que todo caraqueño, y extenderíamos todo venezolano debe ver, allí encontrará una terrible y hermosa radiografía de nuestra convulsa sociedad, tragada por la violencia y la pérdida del respeto por “el otro”. Seis mujeres coinciden en la casa de una de ellas Meche son hermanas, cuñadas, madres, amigas, vecinas un solo hilo las une, el dolor por la pérdida de sus hombres en mano de la violencia. Sus hijos, maridos, primos, cuñados, amigos vecinos, han caído uno a  uno dejándolas solas rumiando su dolor.

En este país de matriarcado es en ella en quien recae la peor tragedia que después de seis años aún la aísla de la realidad la seca y la llena de impotencia de poder mirar a la calle de abrir las puertas y gritar su dolor, al mejor estilo de García Lorca, como las mujeres de Bernarda Alba, estas mujeres se encuentran para revolcarse en su dolor y sanar.

Partiendo de las anécdotas reales de madres venezolanas víctimas de la violencia que decidieron agruparse en la Fundación Esperanza Venezuela, quizás para que el dolor doliera menos por las pérdidas de sus amores más cercanos en manos de delincuentes, es que Karin Valecillos arma la trama de estas mujeres que habitan en el populoso Barrio El Lídice en Caracas y que en el momento de la acción tratan de hacer catarsis preguntándose una a la otra ¿Por qué?

Las primeras actrices Gladys Prince y Omaira Abinadé lideran el elenco que secundan Rossanna Hernández, Patrizia Fusco, Samantha Castillo y Tatiana Mabo, todas bajo la correcta visión escénica de Jesús Carreño, quien logró una realista puesta jugando a ratos con los imaginarios surrealistas de lo que podría ocurrir en las mentes de estas féminas rasgadas por la injusticia y el dolor, en los corazones y acciones de estas mujeres que aún continúan a pesar de los años haciendo la misma cantidad de comida por no saber calcular cuánto ingrediente restar porque falta uno en la mesa que no volverá.

La labor de las intérpretes es titánica, aquí todas ellas se revelan como uno de los conjuntos actorales mejor logrados: Gladys Prince, como la matriarca deja atónito al espectador cuando borda con detalle las desconexiones mentales a las que acude Meche, su personaje, para evadir tanto dolor, pero realmente logra un nivel de conmoción cuando dispara la música y comienza a soltar su carga a través del baile (pocas veces hemos visto escenas tan dramáticas y hermosas logradas por una actriz). Omaira Abinadé (Aída) la mujer que conoce todo el aparataje burocrático de la justicia por dentro y es víctima de la venganza por haber dictaminado un caso, su dureza esconce detrás una gran derrota que pudiendo aplicar justicia no puede.

Por su parte Rossanna Hernández, habla de la hermana mayor (Anabel) aquella que además de perder a sus amados hombres intenta mantenerse en una pieza inquebrantable, pero al enfrentarse a su madre entendemos cómo esa pieza es fachada.  Patrizia Fusco, la hermana menor ha querido evadirse a través de sus juegos y necesidad de no crecer, ser niña para no sufrir…Y la viuda, la nuera que durante seis años ya más nunca dejó de ir a casa de su suegra: Tatiana Mabo, nos regala una Sandra plena de matices y silencios que tocan al espectador. Mención aparte merece el trabajo de caracterización de Samantha Castillo en el papel de Yoli, una mujer con ciertas discapacidades que aunque madre de un malandro “malo” como ella lo describe, igual sufre por su hijo ausente, esta interpretación de Castillo la coloca dentro de una de las actrices más versátiles, talentosas y que estamos seguros dará mucho de qué hablar en su ascendente carrera.

Estos relatos se han condensado en un conmovedor espectáculo que lejos de regodearse en el melodrama de cada caso, rehúye a los facilismos que pudiera suponer la terrible situación trágica de estas madres. Y creemos, ahí está el hallazgo tanto de la dramaturgia como de la dirección, quienes además supieron conducir de forma extraordinaria a estas seis almas a la piel de esas madres que paren en escena su dolor pero con la firme convicción que hay un mañana: -“estás viva mamá” -Le grita Anabel a Meche- “estás viva y continúas aquí”- “hay que vivir”, palabras más o palabras menos del texto que desarticula la represa y comienzan a fluir el desapego, el deslastre, el soltar lo que no se ha querido gritar por seis años. Para concluir con la imagen más hermosa, la inevitable, la que debe ser: la esperanza de la vida, la esperanza de que a pesar de todo aún pueden crecer Jazmines en El Lídice.

@rosasla

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Luis Alberto Rosas

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