Acarigua, 28 de Marzo de 2007
Teatro y Ciudad
Discurso pronunciado por el dramaturgo Juan Ramón Pérez con motivo del Día Internacional del Teatro.
Estimadas autoridades de la Casa de la Cultura Acarigua-Araure Profesor “Carlos Gauna”. Estimados colegas dramaturgos. Estimados actores, actrices, directores, productores, luminotécnicos, musicalizadotes, escenógrafos, vestuaristas, maquilladores, Querida madre. Público presente. Amigos todos. Gracias por venir, gracias por amar el teatro, gracias por amar a los que amamos el teatro.
UN SOLDADO ESCRITOR
Iniciemos con este binomio interesante. Ciudad y Artista. Dejemos que la magia de las palabras nos transporte un momento al pasado. Vayamos a Grecia, a la Grecia de hace unos 2500 años, a la ciudad de Eleusis, cerca de Atenas y fijémonos en un niño que acaba de nacer. Es el año 525 a.C. Este niño, hijo de Euforión, un noble propietario griego, será más adelante un soldado del ejército y combatirá en la guerra de Maratón en el año 490 a.C. donde caerá gloriosamente su hermano Cinegiro y combatirá también en Salamina en el 480 a.C. y posiblemente en Platea al año siguiente.
La ciudad de Atenas vive entonces su momento de máxima gloria. La justicia de los dioses griegos parece finalmente demostrarse y después de haber sido desbaratada dos veces por los persas, Atenas ha logrado el milagro de imponer su poderío militar contra el enemigo. Por esas batallas que le dieron gloria a la ciudad, nuestro personaje pertenece a la élite de los Maratonomachi, quienes por su patriotismo, entereza moral y profundas convicciones religiosas gozan de ciertos privilegios.
Pero nuestro personaje, además de soldado, también participó desde muy joven en los concursos de poetas trágicos que se hacían durante los festejos en honor a Dionisos, dios del vino y la alegría. La Gran y famosa Dionisíaca de Atenas se efectuaba una vez cada primavera durante cinco días y se premiaba al mejor conjunto de tragedias nuevas. En cada concurso se participaba con una tetralogía, es decir, tres tragedias y un drama satírico
Esquilo, que así se llama nuestro personaje histórico, participó en 28 concursos y ganó 13 de ellos. Se sabe por manuscritos de la época que Esquilo escribió entres 80 y 90 obras de teatro pero se conservan solamente siete para la posteridad. Esquilo ha sido llamado con justicia “el padre de la tragedia griega", porque contribuyó a que las representaciones teatrales de las fundaciones religiosas se transformaran en verdaderos espectáculos y porque al introducir un segundo actor en sus obras teatrales legó a la posteridad el diálogo dramático.
Esquilo muere en la ciudad de Gela en el año 456 a.C. Y aunque vivió y disfrutó su gloria como dramaturgo, el epitafio de su tumba curiosamente lo recuerda solamente por su valor en la guerra de Maratón. “Esta tumba esconde el polvo de Esquilo”, dice el epitafio, “hijo de Euforion y de la fértil Gela / De su valor, Maratón fue testigo / y lo medos de larga cabellera / supieron de él”
LA MALDICIÓN DE LOS ARTISTAS
Y esta historia verdadera nos lleva a un momento de reflexión. ¿Qué tipo de secreta maldición parece perseguir a los artistas que hace que la ciudad y sus ciudadanos no reconozcan sus glorias? ¿Con cuáles ojos ven los ciudadanos a sus artistas?
Hace poco tuve la fortuna de ganarme un premio de la Villa del Cine por haber escrito “Flor de Mayo”, un guión para un cortometraje cinematográfico que será dirigido por Anabel Rodríguez, una venezolana que estudió cine en Londres. Ante los comentarios de amigos y allegados de la familia sobre mi buena suerte por el premio, mi madre, que todavía cree que soy un muchacho, en su infinita, ingenua pero demoledora sabiduría lo comentaría: “¿Suerte? Suerte nada, si ese muchacho cuando viene a Acarigua se la pasa desde las cinco de la mañana pegado a la computadora”
Y creo que “ahí está el detalle” como diría don Mario Moreno: la visión que tenemos del trabajo. Para muchos, trabajo es equivalente a gotas de sudor.
El trabajo de un artista es sin duda tan o más fuerte que el de un albañil, por ejemplo, aún sin producir una sola gota de sudor. Pero los albañiles, parafraseando al dramaturgo alemán Bertolt Brecht, tienen su propia tragedia porque nunca he visto uno que habite el edificio fastuoso que construye.
Tal vez por no tener horarios, por no regirse por las normas que se rigen los demás, por atreverse a cosas que los demás pensarían dos veces, el artista es visto como un “animal raro”, silvestre, atípico y sin doma. Una de las particularidades del artista es que trabaja la mayor parte del tiempo con herramientas y materiales “inmateriales”, y valga el giro.
El artista, sin embargo y contradictoriamente, trabaja dos veces: una vez para ganarse la vida y la otra para producir sus obras.
Me viene a la memoria una época de Héctor Marcano, amigo personal, director de teatro por vocación y forjador de toda una generación de artistas entre los cuales orgullosamente me incluyo. Me imagino, digo, a Héctor Marcano aventurado en las ahora peligrosas noches de Acarigua manejando un taxi, tratando de adivinar en los rostros de los posibles pasajeros sus buenas y malas intenciones. Me lo imagino entregando su propia vida en garantía por llevar un diario al hogar.
M
e imagino al profesor Reinaldo Martínez, emblema eterno del teatro portugueseño, rumiando allá en Los Cortijos sus glorias pasadas, hablando consigo mismo, actuando su sempiterno personaje de Páez en la terrible soledad de la sordera.
Me imagino al nunca bien ponderado Tomás Jurado Zabala, mirando horizontes y construyendo frases y coplas en una finca allá en Papelón pero preocupado porque una enfermedad con cara de muerte le ha tocado la puerta.
Me imagino a Job Jurado, en medio del poco artístico ambiente que representa una tasca donde se rematan caballos, con cincuenta o cien libros bajo el brazo tratando de que, entre carrera y carrera de caballos, los ebrios le compren un libro que tal vez nunca leerán y que contiene una obra suya llamada irónicamente “Las Manos Cortadas”.
Me imagino al fotógrafo Eduardo León, despidiéndose para salir corriendo a Barquisimeto o a Maracaibo a culminar sus estudios universitarios que le permitan vivir. A Carlos Arroyo, durmiendo en un baño del teatro La Sede. A Wilfredo Torres, pasando coleto a los baños del Rajatabla y esperando que un déspota glorioso y brillante, pero déspota al fin, llamado Carlos Jiménez le de un sí. Me imagino a Alfredo Lara, Telo, en algún lugar de Manhatthan tratando de realizar su sueño de ser bailarín.
Me imagino a mí mismo, que después de trabajar por muchos años con gasolina y enfrentarme cara a cara con un agente venenoso llamado tetraetilo de plomo he perdido la batalla y el maligno ha entrado silenciosamente en mi sangre para desarrollar una particular vulnerabilidad epidérmica a cierto tipo de hongos.
Y me imagino a muchos más, anónimos tal vez, que deambulan por la calle con un sueño en los bolsillos. Pero este fenómeno no es solo de Portuguesa como todos los que he nombrado sino universal, y no por ello menos drástico, y seguramente más de uno se habrá enamorado con una canción que escribió algún compositor que probablemente haya muerto de hambre.
Casi todos los artistas viven en una especie de círculo vicioso que pocas veces y solamente por exiguos golpes de fortuna se transforma en círculo virtuoso.
PELIGRO: ARTISTA
Con todo, me considero un hombre profundamente afortunado, gracias a Dios. Y nombro a Dios aún siendo también profundamente ateo porque hace algún tiempo Dios y yo tuvimos una desavenencia: le estaba ganando una partida de ajedrez y en una de sus bíblicas rabietas pateó el tablero y se largó. Mi madre, sin embargo me jura que todos los días le reza a Dios y no solamente lo hace por mi sino por mi esposa, para que me quiera mucho. También reza por mis otros siete hermanos y aún más por las esposas y esposos de cada uno de ellos. Y también por los nietos de la familia que ya suman once y los tataranietos que ya son tres. Y todavía le queda esfuerzo para pedir por los amigos de todos nosotros, es decir, por todos ustedes. Entonces ¿cómo no creer en Dios a través de la bondad de mi madre? Siempre pienso que si Dios no existiera, las madres harían ese extraordinario papel. No hay amor como el de madre, dicen por ahí. Pero ojalá todo el mundo nos quisiera así.
“El teatro tiene enemigos visibles”, dice el dramaturgo mexicano Víctor Hugo Rascón “la ausencia de educación artística en la niñez, que impide descubrirlo y gozarlo; la pobreza que invade la tierra y que aleja a los espectadores de las butacas y la indiferencia y el desprecio de los gobiernos que deben promoverlo”
El artista no suele ser amigo del poder ni tener compromisos con nadie. Solamente con el pueblo, por quien es y a quien se debe. Por eso, para algunos círculos, todo artista es peligroso. Y ciertamente no hay nada más peligroso que un artista que se descubre a sí mismo, que sabe a dónde va, qué es lo que quiere y, lo que es peor, que sabe cómo conseguirlo.
“El teatro ha sido testigo de todas las luchas del ser humano en la historia”, dice el dramaturgo peruano Enrique Victoria Fernández.
Tankred Dorst, dramaturgo alemán expresa: “El teatro durante dos mil años, sirvió al mundo de espejo toda vez que siempre ha reflejado la problemática del hombre
Por su parte, Juan Mayorga, en un texto leído durante una concentración convocada por la Plataforma de Cultura contra la Guerra en la Plaza del Rey, en Madrid dice: “El teatro convoca a la polis y dialoga con ella. Sólo en el encuentro de los actores con la ciudad, sólo entonces tiene lugar el teatro. (…) Piden un imposible quienes reclaman a las gentes de teatro que no se metan en política. Olvidan que el teatro nació precisamente para interrogar a los dioses. Y para desenmascarar a los hombres que se disfrazan de dioses”
Y es que por naturaleza, los artistas piensan diferente. Aún teniendo los mismos 30 mil millones de neuronas que cualquier persona, pareciera haber una cierta y extraña disposición especial para poner a producir al máximo más de los típicos 100 trillones de interconexiones cerebrales que están involuntaria y permanentemente a disposición del individuo. Un artista tiene procesos de pensamiento que le permiten un abanico de opciones más amplio que las personas comunes. Un artista tiene los límites de la vida más extendidos que los demás y una visión diferente de las reglas establecidas.
Al igual que los niños, los artistas cultivan la fantasía y la imaginación. A los niños, como castigo por los “excesos fantásticos” se les amenaza con “el coco”. A los artistas simplemente se les manda a la cárcel. Ese es el precio de pensar diferente.
Por eso cuestionan su conducta social y tratan de estigmatizarlos como homosexuales, borrachos o locos. O las tres cosas a la vez si es muy peligroso.
Algunos historiadores le atribuyen, por ejemplo, a William Shakespeare amores con Henry Wriothesly, conde Southtampton, un influyente y brillante joven hidalgo de la corte de la reina Isabel. William Shakespeare es el autor teatral mundial por excelencia y la estructura de sus obras y sus personajes emblemáticos desafían el tiempo.
Por otro lado, Edgar Allan Poe era un alcohólico conocido y murió en un hospital después de varios días de agonía víctima de un delirium tremens. Un amigo suyo lo recogió golpeado e inconsciente en un callejón de Baltimore. Le habían cambiado las ropas y de su bolsillo se extraviaron 1500 dólares que había traído de Nueva York para editar una revista literaria. Edgar Allan Poe es considerado hoy por hoy uno de los pilares fundamentales de la narrativa estadounidense y mundial.
Nuestro pintor nacional, Armando Reverón, fue considerado loco porque hablaba con muñecas de trapo y porque intentaba plasmar la irrepetible luz del trópico en sus lienzos. Sus obras se exhiben actualmente en la Galería de Arte Moderno de Nueva York y se cotizan en muchos miles de dólares. De las galerías, los cuadros regresarán a las bóvedas de un selecto grupo de coleccionistas privados pertenecientes a las más rancias familias caraqueñas que en su tiempo se tomaron la molestia de visitarlo en su taller de Macuto a comprarle las obras a precios de hambre. Todos los días sale un artista a la calle: el que lo agarre es de él.
Y aquí podríamos enumerar una larga lista de artistas que para neutralizarlos o estafarlos, o ambas cosas, se le endilgan mil epítetos.
De manera que estos calificativos presumiblemente ofensivos a los artistas no desdibuja en nada su obra. Muchos de esos detractores no han puesto ni un solo trazo en un lienzo ni han escrito una sola línea medianamente valiosa, ni siquiera en un telegrama. No son, pues, más perfectos que lo que critican.
“Nunca entregues tu obra al análisis de quien no sepa de teatro”, nos decía hace unos años en Guanare el dramaturgo puertorriqueño Roberto Ramos-Perea. Sabias palabras, pues en su adolescencia teatral un presunto crítico de arte intentó truncarle el sueño. Ramos-Perea ganó posteriormente para él y para toda Latinoamérica el premio Tirso de Molina, uno de los más importantes de Ibero América.
DIA INTERNACIONAL DEL TEATRO
A estas alturas del discurso y ante algunos cruces incómodos de miradas, algunos se preguntarán “pero bueno, este señor de lo único que ha hablado hasta ahora es de arte, de artistas y de él. ¿a qué hora es que va a hablar de día internacional del teatro que fue a eso lo que vino?
Hablemos del día internacional del teatro. En 1948, nace el Instituto Internacional de Teatro, el ITI, una organización internacional no gubernamental en el dominio de las artes escénicas en donde los hombres de teatro manifestaban su esperanza —y su confianza— en que el arte escénico estableciera lazos permanentes de solidaridad y comprensión entre los países.
En 1961, en el noveno congreso del ITI, en Viena, un delegado de Finlandia propone la creación del Día Mundial del Teatro y gracias a una iniciativa de la UNESCO se instituyó el 27 de marzo como día Internacional del Teatro. Ese mismo día se inauguraba en París el festival "Teatro de las Naciones" que reunía a representantes de todos los países del mundo.
Así, desde 1962, una personalidad del mundo del teatro o una figura conocida por sus cualidades de corazón y espíritu es invitada a escribir el Mensaje Internacional, que es traducido a 20 idiomas, leído delante de decenas de millares de espectadores del mundo entero y difundido por los medios de comunicación de los cinco continentes.
APENAS UN HOBBIE
Volvamos ahora a lo que nos interesa.
Con frecuencia se oye por ahí a algunos padres ufanos y preocupados decir: “Quiero que mi hijo tenga los mejores maestros”. Pero muy poco se oye decir: “Quiero que mi mejor hijo sea maestro”. Con los artistas ocurre algo parecido.
¿Quién no se ha asustado cuando algún hijo le dice “Papá, quiero ser músico”, por ejemplo? “¿Músico?” se habrá sorprendido algún padre. Entonces apaga el televisor, baja los pies de la mesita de la sala y pone la cerveza en el piso “¿Músico?, Caramba… Ven acá”, y lo abraza, una de las pocas veces que lo abraza. “Tenemos que hablar de la vida” y le suelta, con toda la seriedad que le es posible, una retahíla sobre los valores morales, sobre la economía, sobre la importancia del núcleo familiar, sobre la economía, sobre las responsabilidades sociales, sobre la economía, sobre el futuro de la familia, sobre la economía, sobre las costumbres, sobre la economía… Algunos más tolerantes y conciliadores dirán: “Está bien, pero que sea solamente un hobbie, pero insisto en que la bata de médico te queda mejor” Otros menos pacientes dirán “¿Qué? ¿Pintor? ¿Te volviste loco, nojoda?” Y los más osados gritarán sin impedimentos: “¿Qué? ¿Bailarín? ¿Y de qué carajo vas a vivir, pendejo?”
Entonces comienzan a comprarle montones de balones de fútbol o guantes y bates de béisbol para ver si el muchachito toma el rumbo dorado del Pibe de Oro o el de Andrés Galárraga pero en lo posible con un poco menos de los esteroides y un poco más de los dólares.
"No se hace teatro para ganarse la vida”, sentencia el filósofo y dramaturgo francés Jean Paul Sartre. “Se hace teatro para mentir, para ser lo que no se puede ser porque uno está harto de ser lo que no es (…) Se representa a los héroes porque uno es cobarde; a los asesinos porque uno se muere de ganas de matar a su vecino… Se hace teatro porque amamos la verdad y porque la odiamos. Se hace teatro porque uno se volvería loco si no lo hiciera”
Sé que en la oscuridad de esta sala hay muchos que quisieron ser artistas y hoy no lo son, que no tuvieron en su época el valor suficiente para intentarlo, que sucumbieron a la terrible presión de qué dirán y se acogieron a la cartilla tradicional del mimetismo. No los culpo. Cada quien es el administrador de su propia felicidad. Estoy seguro que en alguna de esas sillas hay algún cajero de banco, un médico, una secretaria, un periodista, un abogado, un chofer, un ingeniero, un contador o tan vez un administrador que mañana a esta misma hora tendrá alguna clase para obtener tal vez un título de grado o de postgrado. Presiento que debe haber aquí muchas personas que tienen apretado en su mano, doblado como un papelito viejo y gastado, un sueño secreto y escondido.
Y ser artista definitivamente no se trata de otra cosa sino de eso: de abrir la mano y de dejar salir el sueño para cultivarlo.
Entonces les digo: dejen que sus hijos sean artistas, dejen que sueñen, que asuman el riesgo de ir contra la corriente, que conquisten con tierra y uñas los territorios que ustedes no se atrevieron. Una cosa si les aseguro: sin duda serán más felices que ustedes.
Personalmente, si volviera a nacer y no me fuera dado el don de ser escritor, sería carpintero y no técnico electrónico como soy ahora. No me cabe la menor duda.
En el año 2002 ofrecí en la Alcaldía de Páez el discurso con motivo del día nacional del teatro y sobre su importancia decíamos en esa ocasión que así como la natación y el básquetbol son deportes que se consideran ejercicios integrales y completos para el cuerpo, el teatro debería también considerarse un ejercicio integral y completo pero para el alma.
Mencionábamos para aquel entonces, y perdonen que me cite a mi mismo:
“El teatro enseña a la persona que participa en él a hablar correctamente, a pronunciar correctamente, a leer correctamente y a escuchar correctamente, tan necesario en estos días turbulentos que transcurren.
El teatro enseña a interpretar un texto, enseña vocabulario, memorización, enseña a respirar, a concentrarse, a trabajar en equipo, a analizar personas y situaciones.
El teatro enseña inferencia e inducción lógica, enseña a tomar decisiones, a ubicarse con respecto a otras personas y objetos, a movilizarse en un espacio determinado, enseña a investigar, enseña a amar la lectura, enseña Historia, a analizar valores y debilidades, enseña ortografía, concordancia y redacción.
El teatro enseña disciplina, el teatro enseña responsabilidad. El teatro desarrolla la personalidad, el poder de la voz y la palabra. El teatro descubre y potencia nuestras habilidades, demarca nuestras limitaciones y proyecta nuestras vocaciones.
El teatro, en fin, nos hace mejores personas”
UN BINOMIO FANTASTICO
Les propongo ahora un ejercicio de imaginación. Matemática y Bicicleta. ¿Qué relación pude existir entre estas dos palabras tan disímiles? Matemática y Bicicleta. Un niño de 10 años en la ciudad de Ferrara, en Italia, la consiguió.
Pero hablemos primero de un pedagogo italiano llamado Gianni Rodari, autor de varios libros entre los que destaca la Gramática de la Fantasía, un libro verdaderamente extraordinario que llegó a mí la primera vez por pura casualidad y que luego he comprado unas tres o cuatro veces y siempre cometo el error de prestarlo. Introducción al arte de inventar historias es el cautivante subtítulo de este libro escrito en 1973 y en donde el autor desarrolla una serie de herramientas que permiten crear historias y aunque lo enfoca principalmente hacia el trabajo con niños yo en lo particular he sacado mucho provecho de ellas, bueno, las pocas veces que el libro está en mis manos.
Una de las herramientas principales de Rodari es El Binomio Fantástico y se trata en primer término de tomar al azar dos palabras cualquiera de un diccionario y tratar de hacer una historia con ellas. Molfetta es una ciudad de Italia y uno de los niños participantes en los talleres de Rodari la escogió para crear su binomio. A continuación, el niño buscó otra palabra que rimara con esa ciudad: bicicleta fue la otra palabra que consiguió. De esta forma, al buscar la conexión el niño logró la siguiente frase: “Un estudiante de Molfetta sólo entiende las matemáticas
cuando anda en bicicleta”
De aquí en adelante la imaginación no tiene límites. La historia sigue con que un muchacho sacaba puras malas notas en matemáticas pero cuando iba en bicicleta de regreso a su casa desde la escuela se daba cuenta de se sabía todas las respuestas. Entonces le propuso a su profesor que le hiciera las preguntas de desde la ventana. Así el profesor le hacía una pregunta y el muchacho la respondía correctamente mientras iba montado en su bicicleta y le daba vueltas al patio de la escuela. Mas tarde, los otros muchachos descubrieron que también se sabían mejor las matemáticas si estaban montados en las bicicletas. Entonces el profesor también se trajo su bicicleta y la clase de matemáticas se hacía paseando por toda la ciudad.
Matemática y bicicleta. Quién lo diría, ¿no? Todo un derroche de imaginación.
Hay muchas historias escritas de esta manera. “El príncipe Feliz”, por ejemplo, cuento emblemático del escritor irlandés Oscar Wilde, está estructurado en base a las palabras Estatua y Golondrina. Yo mismo hace poco armé una historia para niños llamada El Árbol de las Estrellas con el binomio Estrella y Agricultura.
El binomio Perro y Herencia permitió a la dramaturga caraqueña Loida Pérez armar una historia de teatro donde un hombre quiere quedarse con la casa de su mamá y se va a vivir con ella haciéndose pasar por perro a esperar que muera. Su otro hermano, que es un veterinario fracasado, también se va a vivir a la casa de la mamá con la excusa de que nadie puede cuidad mejor a un perro que él. Al final, al perro le da mal de rabia y muerde al hermano. Los dos mueren y la señora se queda con la casa y se compra un canario porque eso de tener perros es como pavoso.
Como ven, no es tan difícil inventar historias. Podríamos estar aquí enumerando miles y miles de ellas. Todas tienen un punto en común: la imaginación y la fantasía. Un artista trabaja con sueños, esa es su materia prima. Un artista construye una ilusión.
NUEVO BIONOMIO
Les propongo un binomio más: Teatro y Ciudad.
Teatro y Ciudad. ¿De qué manera ligamos estas dos palabras? Y entonces podríamos imaginarnos una ciudad, inmensa, por supuesto donde en vez de ocultarse el sol se abre y cierra el telón todas las noches. En donde todos sus habitantes son actores o escriben, o diseñan vestuarios. Y por allá, por ejemplo, vemos a aquel actor con su calavera en la mano. “To be or no to be, that is the cuestion” se le oye decir mientras camina hacia el cementerio a visitar a su amigo Yorik, el bufón del Rey. Y más allá una prisión que encierra a un príncipe que deja escapar su lamento: “Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza…” Más allá, otro Príncipe ofrece desesperado cambiar su reino entero por un caballo. Más lejos, en una apartada orilla, un galán obnubila a su ángel de amor celebrando que allí “más clara la luna brilla”.
Pero pisemos tierra. Teatro y Ciudad. Les propongo que convirtamos la ciudad en una referencia teatral. Y esto requiere el concurso de los artistas y sus habitantes. Requiere de los artistas subir la calidad de sus obras y representaciones, de inventar nuevas formas, de repotenciar el teatro de la calle, de hacer fastuoso todo espectáculo, de emplear nuevas armas de seducción con el espectador, de abrir todo el abanico de historias de que es posible esta ciudad. Que se abra una gran cantidad de festivales y eventos que estimulen a los nuevos grupos ya los consagrados. Un festival infantil, un festival de la tercera edad, un festival de mujeres, un festival penitenciario, un festival empresarial, un festival campesino, un festival de teatro sin palabras… Y aunque el sentido común diga que esto no es lo correcto, la ley del menor esfuerzo impondrá alianzas necesarias.
Les propongo recuperar el protagonismo del público, El teatro se debe al público. Les propongo una fundación de amigos del teatro.
Les propongo un boletín mensual, una cartelera y un repertorio permanente, explorar nuevos espacios de participación, establecer convenios con las escuelas y liceos.
Les propongo traer invitados nacionales e internacionales que hablen y hagan teatro.
Les propongo un plan de formación permanente para la gente de teatro.
Les propongo que el teatro se haga atractivo para los empresarios.
Les propongo potenciar la identidad de la zona, que Eugenio Ionesco, José Ignacio Cabrunas y Renny Loyo, por ejemplo, quepan en la misma página y se hable de ellos en la misma clase.
Les propongo que descubramos a nuestros nuevos dramaturgos, que les saquemos de debajo del brazo sus obras y las traigamos a estas tablas.
Les propongo que veamos a los artistas con nuevos ojos, como ciudadanos importantes que les preocupa la ciudad, que padecen y comen. No pido lástima sino respeto, no imploro caridades sino oportunidades.
Les propongo una Gran Fiesta del Teatro. Teatro y Ciudad. Les propongo un sueño.
Muchas gracias.
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Juan Ramón Pérez