Hubo un tiempo en que el teléfono era costoso y si se quería llamar estando en la calle había que hacer una mega cola en los pocos teléfonos públicos que servían, eso hacía que la gente sólo llamara cuando era realmente necesario. Ahora con los celulares llamamos a cada ratico y por cualquier cosa, aunque sea para tener compañía en la cola de regreso a casa; no dejamos que nos extrañen porque aparecemos por donde sea en el bendito celular y cuando vamos a buscar a alguien a su casa, se acabaron los silbidos y la tocadera de timbre, vamos pasando mensajitos de ‘me estoy bañando’, ‘ya me vestí’, ‘voy saliendo’, ‘me tardo un poquito porque hay cola’, ‘llego en 5 minutos’, ‘estoy llegando, espérame abajo’ y aún así la persona no ha bajado, así que, muy impacientes, le repicamos o pasamos otro mensajito de ‘ya estoy aquí. Si nos quedamos sin pila es como perder medio cerebro y nos arropa la angustia y la depresión.
Los ejemplos son miles; podemos depilarnos con láser, enviar 100 cartas sólo apretando un botón, hacer en un circuito de 20 minutos el ejercicio que antes nos tomaba 2 horas, cocinar el domingo y pasar el resto de la semana calentando en el microondas. Los audiolibros ocuparán el espacio de las amenas lecturas y como no hay tiempo ya para sentarse bajo un árbol a leer un best seller, lo vas escuchando mientras te demoras en las ventiun mil colas de Caracas. Los enlatados ganan terreno en los supermercados y cualquier alimento que requiera de preparación mínima se ha vuelto popular e imprescindible, decenas de opciones para la lonchera, ensaladas preempacadas, cachapas, puré, arepitas, quesillos, flanes y tortas en cajita, cotufas de microondas y si ya podemos comprar la fruta picada en un potecito ¿para qué comprarla entera?
Internet se convirtió en nuestro asistente irremplazable, en Google conseguimos cualquier cosa que se nos ocurra (hasta marido), vamos al banco en la web, hacemos mercado, compramos desde medias panty hasta un riñón, cerramos negocios, nos enteramos en línea de todos los chismes de Britney Spear, jugamos scrabble, pool, cartas y monopolio con quien se te ocurra y de cualquier parte del mundo y todo esto mientras esperamos hora tras hora que abra la página de Cadivi (eso si de fácil no tiene nada).
Y usted dirá ¿Por qué tendría que ser difícil si puede ser fácil? Y yo le digo que simplemente hay cosas que sólo se consiguen con esfuerzo, paciencia y tenacidad. ¿Cuál es el problema? Que adoptamos lo “fácil” como modus vivendi y cualquier cosa que requiera de nuestro esfuerzo y constancia es descartada de inmediato. Además, muchas cosas que hoy nos facilitan la vida, también nos llenan de estrés y nos han hecho perder, sin que nadie levante la voz ni haga una mínima marcha, otras cosas divinas e importantes que antes disfrutábamos en nuestro “mundo difícil”, como compartir en familia, leer un buen libro, conversar en vivo con un amigo sin que ya le hayamos contado todo por Messenger, hacer ejercicio al aire libre y, aunque no aplique para mí, pasar largas horas cocinando una buena comida para la familia. El facilismo afecta sobre todo a los más jóvenes que no saben lo que es la vida sin metro, Internet ni celulares. El sedentarismo y la mala alimentación producto del “facilismo” está llenando la consulta médica y, más lamentable aún, los cementerios.
Lo que digo es que un poco de esfuerzo y dedicación no hacen mal a nadie y, por el contrario, aportan ese granito que hace la diferencia; hacer un poco más, caminar un kilómetro más, luchar un poco más, es lo que caracteriza a grandes hombres y mujeres de la historia. Claro, y no es que me contradiga, pero si Cristo hubiese tenido una cámara de televisión, celular, Internet y fax, con toda seguridad, el mundo que hoy conocemos, sería muy diferente.
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Alexandra Brizuela