Uno de los texto claves de la dramaturgia latinoamericana está captando nuevamente la atención del público caraqueño debido a su poderosa trama, aguda mirada crítica e incisiva fuerza dramática: Me refiero a “Golpes a mi puerta” del reconocido director, actor y dramaturgo argentino, Juan Carlos Gené (Buenos Aires, 1928). Un clásico que tiene la singular capacidad de seguir diciendo cosas al público más allá de circunstancias ideológicas o políticas, de transmitir reflexiones y cuestionamientos acerca de ¿cuál debería ser el valor de la iglesia ante determinadas situaciones? ¿es más fundamental el valor de la vida o la apariencia de formas? Texto polémico, sincero, profundo, que mantiene su profundidad sobre cuestiones de la fe y la ética, que sigue desafiando las acomodaticias posturas ideológicas de instituciones “religiosas” ante el oprobio de la fuerza. En fin, un texto álgido, vibrante y actual porque sigue interrogando y que mantiene un claro norte frente al accionar del poder y las esperanzas del ser social oprimido.
Han transcurrido más de dos décadas desde que el Grupo Actoral 80 la escenificase bajo la conducción del propio autor, acá en Caracas. Ahora, en tiempos de cambio ideológico, de estremecimientos sociales y hasta de orden político, su trama resuma otros alcances para el espectador. Estamos en 2007 y la responsabilidad de volverla a escenificar recae en las manos de un novel director, de grupo de actores y productores que han sentido la necesidad de hacerla renacer ante la mirada de otra generación de espectadores y frente a otro contexto de realidad. En esta oportunidad, la dirección es asumida por el actor, Luis Fernández –quien aceptó el reto de tomarla como su ópera prima en materia de puesta en escena- de la cual afirmó esta bien lograda tanto en lo conceptual, estético, manejo del espacio, y hasta con lo exigido a la respuesta actoral. Un trabajo teatral que busca hacer otra inflexión, otra mirada, otra perspectiva a la que quizás el propio Gené posiblemente haría en tiempo presente. En todo caso, es una óptica que cabe leerla con detenimiento a fin de buscarle alguna hebra de inflexión ante lo que podría sucede en cualquier país donde se pueda vulnerar el derecho de la vida cuando hay convicciones o mirarla con inflexión para lo que podría ser otros tejidos y aspectos de los principios sociales e individuales del ser latinoamericano en una fase de transformación como la que ocurre en esta Venezuela del presente siglo. Los alcances de significación los tomará el espectador según su impregnación de entendimiento con lo que es la justicia, el poder, la fe, su creencia de lo que debe ser el papel de la iglesia ante una decisión de vida, en fin, de todo aquello que dio pie a que Gené en su momento histórico la hilvanase y exhibiese ante un receptor que debía ser conmovido ante la seriedad del contexto político social y de los derechos humanos que se vivía en ciertos países del cono sur.
La dirección se apuntala tras el diseño de una escenografía dúctil y transformable de casa de monjas / refugio de fe a celda / lugar de muerte. Hay parquedad en los elementos a fin de que estos no se sobre impongan a las acciones, que faciliten la creación de una atmósfera de tensión, donde las intensidades lumícas (atinado diseño de José Jiménez) no era un algo para enfatizar sino para demarcar, donde lo frontal se dimensiona con lo lateral y de fondo para activar un continuidad de situación en esa ritmo frenético de búsqueda, intimidación, miedo, sensación de ser escudriñado. Una planta de movimientos atemperada que buscaba primeros planos y darle a cada escena su peso específico. Percibo una labor de puesta en escena atinada y comedida en la creación del drama y eso es significativo verlo cuando se trata de una embocadura tan amplia como la de la sala “Anna Julia Rojas” del Ateneo de Caracas. Fernández creo un espectáculo intenso y justo que permite decir que es un buen pie en eso tan difícil de construir como lo es un montaje de alta responsabilidad como la que implica “Golpes a mi puerta” más aún cuando los que la pudimos apreciar en su momento la vimos creada para que estuviese en función del actor y no viceversa. Ese drama humano, ese drama privado donde la fe entra en contradicción ante las fuerzas de la opresión quedaron bien saldadas por el planteamiento que vemos de Fernández en este montaje. Quizás para algunos un espacio más pequeño hubiese sido más apropiado, sin embargo, lo visto convence.
Lo relativo al desempeño histriónico en la construcción de la historia y sus incidencias diré que se mostró algo oscilante. Mimi Lazo –quien asumió parte del riesgo artístico, de producción y que, además, formó parte activa del elenco original en el papel de Amanda allá por el año 84- lució algo externa y sin tener la organicidad de la decisión de vida / muerte que tiene en sus manos sobre el personaje de Pablo, el perseguido y ante la tremenda carga de responsabilidad que pudiese recaer sobre sus compañeras de fe. A lo largo de lo que le vimos, no agarraba bien las intenciones, los matices, los momentos de indecisión y de cambio. Ello debía ir en un crecendo a lo largo de la representación. Papel difícil pero que con el pasar de las funciones siento que le irá tomando el pulso y así otorgarle esa densidad a lo visto en la noche del estreno.
Junto a ella, la presencia de la fogueada Gladys Prince –quien también participó en el memorable montaje de Gené– y quien si exhibió una convincente presencia escénica en todo accionar compositivo. Marcos Moreno, en el papel del ominoso Cerone, estuvo bien plantado, con seguridad en el juego del perseguidor y representante de un poder que desea alcanzar sus propósitos sin miramientos. Un actor que cumple ya treinta años como histrión y que esté inserto en este espectáculo es buen síntoma de que su potencial creativo está para brillar. El propio Fernández como el joven fugitivo Pablo quien se interna en la casa de las monjas, a veces en papel, a veces no. Pareciese estar contenido y no saberle sacar la terrible situación en la que se haya y en la que habrá de comprometer a quienes les da refugio. Su manejo de voz, su gestualidad, el fraseo dialogal, la relación con los objetos debía ser más auténtica pero en lo detallado de esa noche no me pareció que lo hubiese logrado. También apostamos a que con el pasar de la temporada pueda irse aplomando ante la demanda que exige ese personaje.
Las intervenciones de Luigi Sciamanna, Mirtha Pérez y Ana Castell estuvieron dentro de lo esperado, hubo claridad en lo que debían mostrar tanto en la relación personaje – personaje como en el empleo de la técnica del actor consigo mismo. María Fernanda León dentro de un papel menor, se mostró con buena actitud en su papel de carcelera.
Aplaudo que Mimi Lazo como productora se haya atrevido a ir más allá de las fronteras del teatro ligero y apostar por un teatro de alta calidad. Al parecer contó con dineros propios y con apoyo estatal. Lo que cuenta es que se haya lanzado por otras vertientes y eso es fundamental. También hay que valorar el que haya estado acompañada por Elías Yánez como productor artístico y por un equipo de prensa muy trabajador quien ha ayudado a Mimi a promover un teatro que da equilibrio a lo que se oferta en las marquesinas de la capital.
En resumidas cuentas, “Golpes a mi puerta” es una propuesta que debe verse sin hacer las enojosas comparaciones de aquel memorable montaje del Actoral 80. Este es distinto, justo dentro de su justeza y con visos de interés para un espectador que debe confrontarlo. Una opción para quien tiene necesita estar ante un espectáculo que cuenta con la integración de figuras y talentos nacionales y cuando el teatro tiene cosas obligantes de seguir diciendo.
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Carlos Herrera