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De Velo y Corona


Tal y como lo había comentado en la pasada entrega, la cartelera caraqueña del bimestre febrero – marzo de 2007 está marcada por la presencia de la comedia. Un género del cual siempre habrá tela para cortar dado que, por un lado, está el  inocultable signo de lo “ligero comercial” en la totalidad de las producciones y, por otro, el extremo frívolo y vacuo de otras propuestas que sólo se arman en función de temas estereotipados que poco o nada dice a lo ya conocido en materia dramatúrgica y sostenidos con producciones que dejan que desear y la imposición de imagen farandulesca de actores y actrices que osan jugar / ostentar desnudos sin ton ni son. Incluso, una inteligente productora como lo es Talento Femenino ha activado la I Muestra de Comedia junto a la gente del Teatro San Martín donde los amantes del género, encontraran reposición de buenas y no tan buenos montajes ya vistos sea bien en la temporada 2006 o en años anteriores.
  
Bien me lo comentaba de forma aplomada un reconocido director y docente teatral caraqueño, “es bueno que haya espacio para todos pero la cartelera no puede navegar con sólo comedia; debe haber teatro de arte aunque el mismo no sea del interés de la mayoría”. ¡Si, es bastante atinado ese comentario! Si revisamos con detenimiento, fuera de tanta exposición de comedias de variada índole, con dramaturgia del patio o foránea, hay algunos puntos de interés para un espectador consciente que debe arriesgar a confrontar otras perspectivas del hacer escénico. Este columnista podría indicarle que, por ejemplo, el Centro de Creación Artística T.E.T. bajo la dirección de Santiago Sánchez -en la Sala Luís Peraza de Los Chaguaramos– se repone “El malentendido”, uno de los autores más significativos (después de la época de la II Guerra Mundial del Siglo XX) como lo fue, Albert Camus. También está la aventura escénica emprendida por el grupo Séptimo Piso en la Sala Experimental del CELARG quienes siguen atrayendo con bastante fluidez a distintos espectadores con su propuesta de “La cantante calva” de Eugene Ionesco bajo la dirección de Dairo Piñeres.
  
Cabría sumar el esfuerzo dado que en la Sala “Anna Julia Rojas” del Ateneo de Caracas prosiguen  las presentaciones de “Ladronas de almas” de dramaturgo Pavel Kohout e, incluso, si a usted se deja seducir por el poder de buenas lecturas dramatizadas, el Teatro del Contrajuego ha venido presentado del 02 al 11 de marzo en la Sala “José Ignacio Cabrujas” de la Fundación Chacao, el proyecto: Escena en Creación donde se ha venido confrontando “la nueva dramaturgia europea y latinoamericana, [bajo] una mirada a la vanguardia del teatro mundial” con piezas de Marius von Mayenburg, David Hare, Lukas Bärfuss, Ricardo Nortier, José Antônio de Souza, entre otros. Por eso, afirmo: ¡quien busca teatro de arte; encuentra!
  
Por los momentos, me centraré en un alcance crítico entorno a la más reciente comedia escrita –según leo en el programa- a dos manos entre la talentosa dramaturga, dialoguista de telenovela y periodista, Indira Páez (autora de éxitos como: “Esperanza Inútil”, “Primero muerta que bañada en sangre” o, “Crónicas Desquiciadas”) y Catherine Cardozo -de quien tengo escasa información- quienes intitularon este producto escénico como: “De velo y corona”.
  
Un espectáculo ligero, ligerito. Simpático y sin rollo como diría cualquier peatón de a pie en cualquier acera. Tan ligerito que me asusta un tanto saber que las autoras no le asignaron con plena contundencia a este texto –como al producto escenificado- el marbete de “comedia” sino que deslizan que la pieza es “un divertimento escénico lleno de música y atrevimiento femenino”.
¡Claro está!, desde el titulo a quienes lo actúan (la experimentada actriz de teatro, Ana María Simon, Mónica Pasqualotto quien ya ha ganado bastante fibra y músculo histriónico en las tablas más allá de su trayectoria televisiva y Catherina Cardozo de quien debo afirmar que todavía debe de hacer un serio esfuerzo sobre la escena para estar a la altura del compromiso), pasando por una inorgánica como endeble producción que no permite otorgarle el desenfado y fuerza para situar el hilo argumental pero que si cuentan con una contundente campaña publicitaria y de promoción, está calando en el interés de cierto segmento de público que busca pasar el rato, sin complicaciones y que siente que el dinero invertido en la taquilla del auditorio del Centro Corp Goup, bien vale la pena hacerlo.
  
Pues lo cierto es que han arribado a su tercera semana de presentación a sabiendas que tienen en manos ese seguro de una trama armada con perspicacia del día a día, de lo “contemporáneo” que le puede suceder a la mujer, es decir, sus altos y bajos en relación al sexo, a su expectativa en el amor, que toca sus ilusiones, que toma y saca de sus fracasos, que también se atreve a hacer una minúscula incisión con la mirada masculina (que también tiene su corazoncito roto en el fragor de vencer la soledad), se sienten holgadas en barajear las minucias relativas a una fémina que se sabe emancipada y que no apuesta por ningún lazo social que la transforme en simple ama de casa aunque haya ido al altar de velo y corona. En fin, esos ángulos, miradas, complicidades y misterios gritados a todo grito por actrices que actúan como animadoras de un ranqueado programa de televisión y que, en el mejor de cualquier reality show, toman cartas de mujeres y hombres para dramatizarlas en vivo ante una supuesta audiencia cautiva –en este caso, seríamos nosotros- el público teatral que adquiere la doble mirada y el doble rol- de receptor / decodificador de esas vivencias.
  
Una vez leía una entrevista que le efectuaron a Indira Páez tras ganar el Premio Municipal de Teatro (2002) con su pieza “Crónicas Desquiciadas” afirmando que esa pieza era producto “de simplemente relatos sueltos, productos del insomnio y del ocio, del despecho y del desamor (…) comencé a pulir los discursos para darles ritmo de lenguaje hablado, para hacerlos “decibles”, encarnables.” Ha pasado algo de agua bajo el puente y percibo que esta fórmula aun parece estar subconscientemente dinamizando la potencia escritural de esta autora. Si uno escarba con afán los diálogos, escenas, y cada situación se puede llegar a una preconclusión que aún hay mucho de lo que generó la escritura de “Crónicas Desquiciadas” tras la aparente densidad y cuerpo de tratamiento de los personajes que hacen especie de teatro en el teatro –pero, en este caso, de teatro en un set de TV- en “De velo y corona”. Me atrevo a inferir que tanto Indira Paéz como Catherine Cardozo apelan a este tipo de dinámica. El producto no es profundo, ni contumaz en sacarle el jugo a la singular realidad existencial de la vida de mujer (o de cualquier hombre) que desee romper con la libertad de soltería y despojarse de su “tranquila soledad individual” para entrar de lleno a los compromisos formales del matrimonio, ¡no!, sólo está un texto, que con ironía, humor y desenfado, chapotea en lo superficial sin hacer ajustar la tuerca de un subtexto más zahiriente en el tramado de esos diálogos y escenas. Si hubiese sido así, la risa del espectador hubiese tenido otro tenor e, incluso, la reflexión puede haber ido más allá para el despertar de una conciencia sobre el asunto tocado y que sólo se regodeó en lo externo anecdótico sin atreverse a nadar hacia las fronteras abisales del sentimiento, la pasión que entraña el saberse en relación con otro.
  
La puesta en escena dada por la propia Indira –quien para la fecha de ensayo general y estreno sufría un fuerte cuadro de dengue; situación ya superada- quizás sintió la necesidad de que con esa plantilla de actrices, con ese texto con un título tan sugerente, con el apoyo de imagen de reconocidas firmas del mundo del fashion sólo era cuestión de tejer y cantar. Creo que se requería más. Por ejemplo, nadie quita la calidad de trabajo de su partner de vida y actividad artística como lo representa Frank Quintero pero debo acotar que, lo que fue el marco de ambientación escenográfica que simulaba ese simulacro muy mal armado de ser un set de televisión que dejó mucho que desear. La realización de Adalberto Almanza  no fue nada justa. Hay desproporción entre volumen, color, y capacidad de crear espacialidad. Paso de lado.
  
El vestuario, pues, puro fashion donde no hay diseño planteado para un montaje teatral propiamente dicho sino promoción comercial que ayuda al producto que se escenifica y desde allí la autopromoción del sponser. La iluminación, bastante débil como para situar los cambios de escena y de situación anímica. La escogencia de banda sonora, más o menos en sintonía al espíritu de la propuesta.
  
Finalmente, las actuaciones. En bloque, desbalanceada y sin hilación de grupo (impresión del día del estreno) para armar ese juego de complicidad de animadoras que se supone que se conocen al derecho y revés en lo que es la televisión y hasta quizás, la vida de secreteo de sus cosillas amorosas y de profesión. De forma individual, sólo daré mi aplauso a la capacidad de componer, descomponer y recomponer uno y otro personaje y de cada interrelación de escena a Ana María Simón quien sabe proyectar voz, manejar bien la dicción y dar soporte de cuerpo y sentido lúdico a sus movimientos. Mónica Pasqualotto aun debe soltarse más; es una actriz marcada por el estereotipo de la imagen mediática televisiva y por momentos tiene el personaje y por momentos se le va; pareciese que no hay concentración en los matices y las inflexiones de voz, y ello se patentiza al pasar de un papel a otro. Sin embargo la veo crecer poco a poco con el pasar de cada montaje. De Catherina Cardozo pues se evidenció como la más débil a la hora de relacionarse con sus compañeras de escena. El trabajo vocal es su talón de Aquiles. La energía compositiva se le diluye en el paso de una secuencia a otra. O es falta de comprensión de la situación –cosa que dudo, ya que está ligada con la Paéz en la construcción del libreto- o, ese día estaba fuera de onda en cuanto a ser más extrovertida en la capacidad de darle sustancia a los personajes que encarnó. Tendría que volverla a ver para tener una justa opinión al respecto.
  
Como colofón. “De velo y corona” es una propuesta de teatro ligero que saca al espectador del opresivo sopor de una semana de trabajo, con su caudal de problemas, tensiones y fatigas. Una comedia digerible que pudo ser más audaz tanto en forma como en contenido pero que no me cabe la menor duda que, para un segmento del público que adora la comedia, ésta será una propuesta que no tiene divorcio.

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Carlos E. Herrera

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