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Oto El Pirata y los sueños del mar


Adriana Urdaneta dormía a sus hijas con cuentos. Con cuentos inventados, como probablemente hacen todas las mamás. Sus ganas de enternecerla desde la imaginación, con el anhelo de que todo eso pudiera convertirse en realidad, la llevó a contarle siempre una historia que se pareciera más al entorno y que pudiera cruzar, fácilmente, el abismo de la realidad. Caraoto, Oto El Pirata, comenzó a tener en su imaginación el poder más absoluto para no dejarla dormir tranquila hasta que decidieran un final distinto cada vez: a veces ganaban los piratas, otras veces ganaban las princesas y a, veces, vencía el sueño. Pero lo divertido de la historia es que cada vez ganaba más fuerza. Y esa fuerza hizo que Clara, Gabriela y todos los niños que vinieron después a escuchar Oto, pudieron verlo hecho realidad: con un montaje de la mamá Adriana, de la abuela Adriana, en el Teatro Teresa Carreño.

Así, con Danzahoy de cómplice, Adriana y Luz Urdaneta, junto con Jacques Broquet –familia y directores de la compañía de danza contemporánea– convirtieron a Oto El Pirata, en el montaje infantil de referencia en las vacaciones durante diez años en la década de los noventa. Luego de la salida de la compañía residente del Teatro Teresa Carreño, los piratas se hicieron diminutos y el barco tomó rumbo hacia un océano distinto. Pero volvió para este 2013 renovado: los trabajadores del teatro y una generación que no conocía la historia, ni el libro publicado por Alfaguara, decidieron que querían jugar a creer que Oto sí era de verdad. Que sí existía.

Danzahoy logró en un fin de semana capturar la atención de muchas familias caraqueñas (si no todas) que se sensibilizan al escuchar a Simón Díaz narrando un cuento. Porque esta historia está narrada por él: un tío que es universal. Que eriza la piel, que hace frondosas las alas para volar. Y cuatro niños que corren de un lado a otro con más de cuarenta bailarines y actores que hacen de las frutas un coro que dice: “Patilla, coco, mango, naranja, piña, cambur” como una marcha militar, para aprender los nombres de las frutas, o que se colocan en un “muñuño” cuando están peleados entre bandos y deben aprender a compartir. El vestuario impecable, las coreografías muy sencillas a nivel visual pero con colorido e introducción de elementos como zancos, frutas gigantes o cascos, hicieron que Oto El Pirata fuera un espectáculo para recordar. La otra parte fundamental del montaje fue la escenografía, que con un barco desplegable y una ola hecha de sábanas enormes, lograron trasladar a los espectadores hacia otros mares, hacia otros finales. Al lugar de origen: ese que solo está en los sueños.

 

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Marcy Alejandra Rangel

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